Saint Seiya Ancient Chronicles
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Mensaje por Vergilius Vie Ene 06, 2012 3:56 am

Vergilius seguía mentalizado en buscar a Sophia, más su cuerpo no le respondía y sentía como las fuerzas le eran esquivas incluso para las acciones más básicas, tales como mantenerse de pie, moverse o simplemente respirar. Todo le estaba costando demasiado y para peor, en ese estado no era de utilidad para nada… ni nadie. Habría gritado de rabia y furia si hubiese podido siquiera abrir su boca y llenar de energías sus cuerdas vocales, pero no era un gusto que se pudiese dar en ese instante.

Escuchó todo lo que le dijo Kagaho y se quedó mudo. Una de sus preguntas le había causado un choque mental, lo suficientemente fuerte como para romper las últimas opciones de auto confianza que le quedaban y su esperanza en lograr su objetivo. Pero su querido amigo había dado en el clavo y con ello, otra puñalada se enterraba en el alma de Vergilius.


¿Qué le hiciste?... Pues simplemente no intentarías buscarla de esta manera…

¿Qué le hiciste?...

¿Qué le hiciste?...

¿Qué le hiciste?...

¿Qué le hiciste?...

La pregunta de Kagaho retumbó con fuerza una y otra vez dentro de su cabeza, mientras los soldados rápidamente acudían a su encuentro y lo tomaban desde los brazos, arrebatándoselo a su comandante y llevándolo lo más pronto posible hasta una de las tiendas de campaña especiales puestas estratégicamente en dicho emplazamiento romano. Todo el ajetreo que se formó fue terrible, después de todo, Vergilius era la máxima autoridad militar del Imperio romano y un defensor, como pocos, de los derechos y beneficios de los legionarios en todas y cada una de las batallas. Tanto por su actitud como por su fuerza, hazañas y convicción, había logrado ser querido, incluso más que su propio hermano y leyenda de los poderes armados bélicos del Imperio, Octavius. Y es que si bien a su hermano se le reconocía la fiereza y potencia en su mandato como general, a Vergilius se le reconocía el esfuerzo y el honor, aún en los peores momentos cuando las confianzas empiezan a mermar.

¡¡Señor Vergilius!! ¿Está bien? ¿¿¡Qué le ha pasado!!??

¡¡Jefe Vergilius!!!

¡¡¡General Vergilius!!!!

Todos gritaron y se preocuparon de inmediato por su máxima autoridad, pero no obtuvieron ningún tipo de respuesta. En vez de ello, sólo fueron testigos de cómo luchaba por tener así fuese un poco, abiertos sus ojos. La verdad es que su estado era deplorable, como si estuviese envenenado. Para peor de pronto comenzó a hervir en una fiebre increíble, sudando más de lo que ya lo hacía por poder respirar.

Dios… ¡¡Está hirviendo!!

¡¡¡ Rápido, póngalo en una cama y traigan agua!!!

¡¡¡ También traigan hierbas y telas!!! ¡¡ Hay que parar la fiebre!!!


Uno de los hombres se acercó rápidamente a Kagaho, mientras que los demás se llevaban al moribundo hijo del difunto Emperador hasta un lugar donde atenderle.

¿Qué le pasó? ¿Por qué está así?. – Preguntó con asombró, sin entender qué había llevado a tal estado a quien consideraban su leal compañero de batallas.

Mientras tanto, el del rostro pálido sólo se limitaba a mirar la tierra pasar bajo sus pies arrastrantes, a la vez que era escoltado hasta una tienda de campaña. Lo acostaron, lo desvistieron y sólo lo dejaron con una manta para cubrirle de la cintura para abajo. Acto seguido procedieron a ponerle paños húmedos y todo lo necesario para intentar luchar contra su fiebre. A esas alturas, él ya no era consciente de lo que le pasaba… sólo tenía una cosa en mente…


-----------------------------------------------------------------------------------


Qué le he hecho…

Qué le he hecho…

Oh… ya entiendo…

Kagaho tiene razón….

Esto… debe ser culpa mía…

Sí… es culpa mía…

Siempre ha sido culpa mía…

Algo debo haber hecho para que se marchara….

Algo le hice… qué le hice… pero qué…. qué…


Dentro de su mente, pudo empezar a visualizar la imagen de Sophia segundos antes que se marchase, y cómo en su rostro la preocupación y desesperación por Fye y Solomon era más que evidente. Y en vez de calmarla, sólo se había limitado a guardar silencio, causando la desgracia que ahora estaba sufriendo…


Yo …

Yo tengo la culpa…

Yo…

Yo fui el causante de que peleara con sus hermanos…


La imagen en su cabeza cambió a todas las ocasiones en las que se enfrentó a Fye, y como en muchas de ellas la que pagó los platos rotos fue justamente ella, que elegía pedirle que se marchase y confrontar – o sufrir – los castigos de su hermano mayor. Muchas veces se quedó de pie frente a una colina, mirando hacia la enorme casona con los puños apretados y pidiendo que no le ocurriese nada malo. Sabía que ese sujeto no era capaz de matarla, no obstante, era especialista en hacerla sufrir a ella y su hermano menor. Y aunque quisiera, nunca pudo defenderla… y sólo terminaba causándole más problemas de los necesarios…

Yo…

Siempre fui yo…


En las legiones se decía que Vergilius no tenía puntos débiles, y que aunque se preocupaba por sus soldados, era de sentimientos fríos y no existía nada que pudiese quebrarlo emocionalmente, no después de la perdida de su hermano mayor. No obstante, sí existía una forma de destruirlo a nivel interior y aquella era cuando Sophia lloraba. No podía aguantarlo, por mucho que su rostro fuese serio por fuera, por dentro se descomponía y le costaba mucho volver a armarse. Justamente podía recordar todas las veces que la había hecho llorar…

Yo…

Yo la abandoné por ir a la guerra…

Yo…

Yo le prometí que nos casaríamos y no cumplí…

Yo… yo ….


Especialmente una ocasión… quizás, la que nunca podría perdonarse en la vida, puesto que sabía que ella no lo haría. ¿Su razón para pensar aquello? Todavía estaba fresco el recuerdo de cómo ella se había armado con su espada, para protegerse de Solomon… y también de él, a pesar que estaba tratando de defenderla. Ella ya no quería que él la defendiese, y eso sólo podía significar una cosa.

Qué… qué es esto…


Entonces ahí estaba él. De pie, en medio de una enorme oscuridad y nada más que oscuridad. Y fue entonces que la vio y sonrió…

So…


Pero tan rápido como sonrió, dicha emoción de felicidad cambió a una de sorpresa y angustia terribles. También estaba él, y entonces comprendió que su mente había elegido revivir la escena en la que todo había cambiado para siempre: la trágica noche en las montañas.

No… no quiero ver esto…


Las escenas pasaban, las palabras se decían y las imágenes continuaban, repitiéndose una y otra vez dentro de su cabeza, asfixiándole y llevándolo a un estado de rabia y furia que luego se transformaron en tristeza y lamentaciones. Pero aunque deseaba moverse de ahí y no ver más, o detener a su otro “yo”, todo era inútil. Lo único que lograba era caer en la locura al ver como él mismo… destruía a su ser amado y terminaba todo para siempre.

Maldición….

Basta….

Basta….

Por qué no paras….

Por qué no paras….

Detente…

Detente…

No sigas….

No sigas…

Detente estúpido… no hagas eso….

No digas eso… déjala en paz…

Déjala en paz….


Quería gritar. Quería correr y parar todo. Quería intervenir y evitarlo. Quería… quería tantas cosas. Pero lo único que realmente podía hacer, era mirar con los ojos bien abiertos, con las manos en el suelo y el rostro totalmente devastado, limitándose a ser un espectador de la desgracia que irónicamente, él mismo se estaba provocando. Y peor… le estaba provocando a ella.

Nunca había podido revivir con tanta exactitud cada uno de esos momentos tan negativos, pero ahora por alguna razón podía recordar una y otra vez dicha escena, en un diabólico y desafortunado juego del destino. Cada palabra, cada gesto, cada emoción vivida allí… podía sentirlo todo. Aunque curiosamente, no vivía lo que sentía “Vergilius”, sino… que era capaz de comprender y sentir todo lo que estaba viviendo su prima en esos minutos. Podía entenderlo, y le dolía. Le dolía porque aún cuando se había hecho la idea de haberla herido, nunca pensó que había llegado tan lejos con sus palabras y acciones. Sin quererlo estaba en el lugar de la mujer que amaba, y luego de varios días, por fin era capaz de saber totalmente lo que ella había sufrido por su culpa. Ahora era totalmente consciente de lo mal que la había pasado por él y de todos los sacrificios que había hecho ella por él, como si pudiese leer la mente de la muchachita que tenía frente a sus ojos. Estaba totalmente centrado en ella, ignorándose incluso a él mismo frente a Sophia, no prestando atención ya a las palabras… sino a lo que provocaban. Instintivamente se tomó el pecho y cayó arrodillado, siendo su rostro tapado en su mayoría por los mechones de su cabello.


No… no… no puede….no puede ser posible….


Sus ojos estaban descolocados y se repetía una y otra vez algo que de todos modos, sabía y de sobra que era posible, aunque lo negara y no quisiera aceptarlo. Ya ni siquiera tenía fuerzas para ir en contra de ello, o irritarse o enojarse… lo había estado, pero ya no poseía las energías para demostrarlo. Gracias a eso, el shock y el poder sentir lo que ella sintió, fueron suficientes como para arrinconarlo a un estado en el que no podía ordenar sus ideas y toda su mente navegaba por un mar oscuro y doloroso, directo al caos y a las sombras. A medida que entendía, veía y sentía que lo perdía todo…

La imagen desapareció entre muchas luciérnagas, las que iluminaban el oscuro paisaje en el que nada se podía diferenciar, más allá de la desnuda humanidad de Vergilius que se ponía de pie y comenzaba a errar sin rumbo fijo. Las enormes y marcadas ojeras en sus ojos, dejaban en evidencia el enorme y profundo estrés físico y emocional al cual estaba siendo sometido, sin poder hallar todavía una solución a sus predicamentos. Todo cada vez se volvía más complicado, más difícil, mas imposible de resolver… y aún cuando se decía en él que era un estratega militar, no podía aplicar dicha sabiduría en ese minuto, y esto, porque en la guerra la regla de oro era no mezclar los sentimientos ni permitir que las emociones dominasen el actuar racional; él hacía mucho que había dejado de lado esas enseñanzas y motivado más por la desesperación, no dudó en dejarse caer a un abismo en el que quizás no debía de haberse precipitado, más ya nada de todo lo que tenía a su alrededor le daba una opción distinta. Con sus padres muertos, con su nación dominada por otro, con sus mejores amigos muertos o desaparecidos, con sus hermanos sin destino claro… y con ella muerta…


No hay nada…
- Se dijo caminando entre las sombras de sus memorias, cual vagabundo en busca de comida, aunque en ese caso, él era un vagabundo en busca de un motivo por el cual todavía valiera la pena vivir. - … no hay nada.

Su voz era el mejor reflejo de lo que sentía en su espíritu. O mejor dicho, en lo que se estaba transformando su espíritu. Poco a poco todos los cuadros con las vivencias alegres de su vida iban nublándose, primero perdiendo el sonido, luego el brillo, más tarde el color y finalmente, desaparecían a medida que Vergilius caminaba junto a aquellas enormes y pintorescas murallas que le mostraban los mejores eventos de su pasado. Pero que al mirarlos y verlos, desaparecían y se esfumaban entre la oscuridad, como si no quisieran ser vistas por los ojos de él… como si lo que él había sido antes, no quisiera tener nada que ver ni relacionarse de ninguna forma con él.

Se detuvo y se quedó mirando uno de los cuadros. En él se encontraba Vergilius de joven, cuando recién había sido ascendido a general supremo de las 5 legiones romanas. Podía ver en su mirada una cierta frialdad por el cargo, y entonces recordó que nunca estuvo muy interesado en tomar dicho mando ¿Entonces? La razón de su ascensión era única y exclusivamente por honrar a su hermano mayor muerto, Octavius. La promesa de vengarlo se la había hecho al cielo un día mientras entrenaba a solas, cuando ya su niñez se había marchado y en él sólo quedaban los deseos de un hombre joven, con una mirada fría y que estaba dispuesto a todo, con tal de limpiar el nombre de quien había sido su hermano, padre, maestro… y prácticamente, lo había forjado.


“Vergilius, el que los dioses aman”


Así lo llamaron frente a una multitud, pero nunca comprendió bien su dioses era por su padre y antiguos Emperadores, o por los dioses en que los romanos creían. Aunque nada cambiaba con eso, en el fondo debía seguir luchando y si le tocaba morir, ya otro le sucedería y sería apodado con un titulo igual o mejor que el suyo. Todo lo que poseía era igual, y desde siempre había sido así. Sabía que el titulo, las alabanzas, las glorias, todo… todo era en realidad de su hermano, y él sólo las tenía por haber permanecido con vida. Pero en el fondo nunca había tenido nada… más que a dos personas.

Madre….

Lo irónico del asunto es que ni su madre era en realidad su progenitora. Su verdadera madre debía de estar – si es que no estaba muerta- en algún lugar de Hispania, o quizás era una esclava romana. Las posibilidades eran tantas que no tenía caso el pensar en ellas. Pero lo cierto, es que era un simple bastardo en una familia llena de linaje real, de sangre pura y con una historia mucho más grande de lo que podría imaginar un mortal común y corriente.

Y aún así…


Aunque dicha diferencia sanguínea jamás la notó, no en su madre al menos. Al lado de Octavius era menor en todo, desde edad, físico, expectativas, etc. No poseía las cualidades diplomáticas y de encanto de sus otros parientes, y era el típico hijo callado y discreto que no existía en la familia, del que fuera del palacio se decían muchas cosas. Sí, era cierto que poseía muchos lujos y comodidades tangibles, pero nada de eso le importaba demasiado. Lo que más había atesorado él de ese lugar, era el darse cuenta de la mujer que lo había criado…y amado, como a un hijo, a pesar de no ser de su sangre.

Perdóname…

Se arrodilló y bajó la cabeza en señal de disculpa, mientras que guardaba el mayor de los silencios dentro de ese túnel tan extraño e irreal en el que se encontraba. Frente a él yacía un retrato de su madre, que lucía tan hermosa y especial justo como él la recordaba. Deseaba verla, hablarle, abrazarla y no soltarla nunca más, pero no se creía digno de ni siquiera mirarle a los ojos. Tenía tantos fracasos en su espalda, que no era honorable para esa mujer tan noble. Sólo podía pedirle disculpas una vez, como hombre, y retirarse en silencio sin voltear la mirada por mucho que lo desease.

Nunca merecí ser tu hijo….
– Agregó con una voz disminuida por la desazón, pero imponente y firme, como su puesto de militar le obligaban. - … ni tampoco merezco serlo ahora.

Se puso de pie y aún mirando abajo, suspiró y cerró sus ojos. Luego al abrirlos, por alguna razón se encontraba con su traje de general de legiones, desde su casco hasta su capa, con águila dorada incluida. Como si fuese un Emperador, aunque nunca tan grandioso como….

Padre…
- Dijo alzando la vista y viendo ahora a su superior junto a su madre. - … tenías razón en elegir a Octavius… nunca seré digno de llevar tu apellido, por algo no llevo tu sangre en mis venas… y es hora de que deje de manchar tu apellido y dinastía.

Posó sus dos manos en su casco de guerra y suspiró fuerte, para luego proceder a quitárselo y darlo vuelta para mirarlo. Tantas cosas había vivido junto a ese casco… tantos recuerdos, que prefirió simplemente besarlo en la frente y luego dejarlo justo a los pies de la pintura de sus padres. Luego procedió a quitarse la capa y todo el traje, dejándolo junto a sus progenitores.

Se puso de pie una vez más y aclaró su garganta. Era el momento preciso de jurar, dar su último discurso y hacer lo que le correspondía hacer…


Yo Vergilius Juliai.
– Declaró con la misma voz de “general”, la que utilizaba para guiar a sus tropas, dar discursos, mensajes al pueblo… etc. – Primero de mi nombre, hermano de Octavius Juliai y Lydia Juliai. Ambos hijos del gran Augustus Caesar Juliai, último gran Emperador de Roma y el conquistador por excelencia de todo el linaje de los Juliai. Frente a la imagen, honra, ojos y espíritu de mis dos padres no sanguíneos, declaró con total conocimiento de causa y apegándome a las reglas romanas que…

Cerró sus ojos y volvió a respirar. Para cualquier otro ser humano hubiese sido difícil, casi imposible, hacer lo que él iba a hacer. Pero como para Vergilius él ya no tenía nada, daba lo mismo de lo que pudiera desprenderse. Era simplemente abandonar una máscara, algo que no era suyo. Lo complicado era hacerlo frente a sus padres.

Fue ahí que recordó una cosa… justo antes de hablar.

Es cierto…. nunca les conté cómo hallé a Octavius… ¿verdad? supongo que querrán saber la forma en que di con su único hijo varón… antes de darles el adiós, es lo menos que puedo hacer para pagar algunos de mis fracasos…


-----------------------------------------------------------------------------------

Mientras tanto en el mundo real varios soldados comenzaban a aglomerarse en la tienda, observando como tres especialistas intentaban por todos los medios posibles, utilizando para ello todas las técnicas y artefactos a su disposición, salvar la vida de su general ahora caído en una extraña enfermedad, la que primero lo había debilitado, posteriormente provocado fiebre, y finalmente mandado inconsciente a la cama.


¡Es inútil!…. ¡Maldición! ¡¡No está respirando!! - Gritó uno con fuerza.

¡No puede ser!

Las caras largas comenzaban a crecer mientras ya se completaba una hora desde que había caído dormido por la fiebre, hasta que sus fuerzas se fueron apagando, siendo la última de éstas su respiración…

No puede ser posible…. – Dijo otro con amargura, cayendo de rodillas y provocando que más de alguno lanzara maldiciones, mientras que los otros repartían miradas de culpabilidad, desconsuelo y preguntas… sin saber o poder creer lo que todavía ninguno comentaba, pero parecía ser más que evidente..

Una ligera brisa, muy fría para la época, se escabulló entre los pies de los hombres, soplando hasta que dio con los cabellos del muchacho, moviéndolos levemente en el proceso…


¡No podemos rendirnos!

-----------------------------------------------------------------------------------


Y así fue como finalmente llegamos a Roma. El resto… ya es historia.

Caminaba tranquilamente por los pasillos de dicho palacio oscuro, con la cabeza hacia abajo y lo único que parecía tener vida en él eran sus cabellos, los que se movían con gracia a los costados de sus mejillas. Ya había terminado de hablar con sus padres y les había dado el adiós, dejándoles todo lo que lo identificaba como romano. Ahora ya no poseía nada del hombre que alguna vez había sido “Vergilius Juliai”, pasando a ser simplemente un ente sin nombre, sin identidad, sin nada que pudiera reconocérsele… todo estaba quedando en el pasado, convirtiéndolo en un ser vacío.

Aunque cuando se detuvo, abrió sus ojos de par en par y notó que todavía existía una cosa que lo ligaba. Quizás… lo único que en verdad pertenecía a él, y no había sido dado por sus padres, generales, u otros… sino que simplemente había nacido dentro de su ser.


Tú…


Comentó casi sin voz, quedándose congelado al ver la última imagen que había aparecido frente a él. No era necesario ser un adivino para comprender de quién se trataba. Curiosamente no supo ni qué decir al verle, aún cuando sabía que no era ella a la que tenía en el horizonte de su mirada, sino que simplemente era un cuadro creado dentro de alguna parte de su conciencia. Aunque había que destacar un detalle importante, y era el hecho de que éste cuadro era muchísimo más grande, colorido, brillante y lleno de detalles que el resto, como si hubiese sido realizado con el mayor de los cuidados, desde sus bordes dorados hasta el centro, que correspondía a dos círculos verdes bastante luminosos y que daban la sensación de poseer vida propia. Eran los ojos más hermosos que pudo haber contemplado en su vida.

Abrió su boca para tratar de formular una palabra, pero le fue imposible hablar. Estaba más dubitativo que nunca y se notaba, con creces. Eran tantos los recuerdos que venían a su mente en ese segundo, que el sólo hecho de hablar en medio de la conmoción de sus memorias, lo atoraba y no sabía cómo responder.


So….


Se acercó lo más que pudo a la pared y notó lo grande que era el cuadro, que abarcaba desde el abdomen hacia arriba de su prima. Apenas y con mucho esfuerzo lograba llegar hasta su rostro, el que tocó con sus dedos temblorosos, acariciándole una mejilla, conteniendo las millones de sensaciones que en ese minuto golpeaban todo lo que él era.

Sophia….

Era lo único que podía decir. Era lo que más le gustaba decir. Era la palabra favorita en todo su catálogo y la que nunca dejaría de repetir, por mucho que la pronunciase. Estaba de pronto tranquilo, tocando el cuadro de la persona más importante en su vida y la única que, a diferencia de los demás, le había dado algo que sabía que era propio, de él, y que no importaba lo que pasara, nunca nadie se lo iba a poder arrebatar. Al menos no lo permitiría, eso si que no. En ese minuto tocaba su rostro y sentía como lo más valioso de toda su existencia cubría por completo su cuerpo, llevándolo a un estado de relajo tal que incluso cerró los ojos, sin dejar de acariciarle la blanca y hermosa mejilla, de una forma tan suave que incluso le dio la sensación que era ella misma quien estaba ahí junto a él.

“Vergilius”…

Sorprendido abrió los ojos y la vio allí, a su lado, acostada junto a él en la enorme pintura que ahora los sostenía. No pudo evitar verla a los ojos y quedar atónito, mientras su mano pasaba por su rostro y sentía los dedos de ella en el propio. Todo el cuerpo sintió su calidez y ya ni rastro de dolor quedaba. Era lo que podía provocar esa muchachita en el ex general, el poder hacerle olvidar todo y con su sola mirada de inocencia, darle la sensación de que estaba en un paraíso prohibido del que nunca quería salir, lejos de los problemas, del dolor y de la angustia. De que estaba en un sitio donde la felicidad simplemente era el tenerla a su lado, y perderse en una de sus caricias mientras le veía a sus dos bellos ojos verde agua.

Sophia....

Vergilius....

Realmente la amaba. La amaba como no amaba a nadie en el mundo. La amaba más que a cualquier persona en cualquier etapa de su vida, y de hecho, siendo más exactos y precisos con todo, en realidad ella era su vida. En una existencia donde sintió que tomaba el papel de su hermano mayor, esa mujer le había otorgado un sentimiento propio, una felicidad única, una esperanza en que no era un reemplazo y él en verdad podía ser alguien con identidad, valioso e importante por si mismo, más allá de lo que se esperase de él. Era su inspiración, su fortaleza contra los peligros y la luz que siempre brillaba al final de cualquier oscuridad. Todo lo que podía querer de la vida, era el estar a su lado y no soltarla nunca jamás. El poder verla todos los días y decirle cuánto la amaba, cuán importante era ella para él, cuán significativa era su felicidad y su vida para él, sin importarle nada más que no fuese cuidarla, protegerla de todo y de todos, ponerla a salvo y ojala, poder mantenerla en un sitio donde siempre pudiera reír, correr, cocinar, pintar, cantar y hacer todo lo que sabía que a ella le gustaba y mucho más. Era su ángel especial y protector, aquel que le decía siempre cómo actuar y que lo guiaba de una u otra forma por el buen camino, en un mundo donde los pecados y la maldad acechaban por todas partes. Siempre había sido su respiro de la rutina diaria, su instante más especial de todos los días era verla, conversar con ella, jugar con ella o simplemente admirarla. No pedía nada más de la vida, ni tampoco creía ni sentía la necesidad de hacerlo, sabiéndose afortunado de poder tener a una mujer tan maravillosa como lo era su prima en la suya. Era tan profundo lo que sentía por ella, tan fuertes y apasionados los sentimientos que albergaba dentro de su ser y corazón por su amada, que muchas veces habría estado a punto de desistir de todo, si no hubiese sido su recuerdo el que le daba la energía y convicción para seguir adelante, sin mirar atrás ni mucho menos dudar en sus decisiones. Vergilius nunca había peleado en su cien por ciento por Roma, o por sus padres, o por el recuerdo de sus hermanos o de sus amigos. No, la única forma en que él lo daba todo de si mismo, en el que no prestaba atención a sus heridas, a la sangre que podía perder, a los peligros que podía correr o las dificultades que podría sortear, correspondía a cuando pensaba en la mujer que amaba y en lo primordial que resultaba el darle un futuro seguro, libre de guerras e invasiones, en una época tan nefasta en la cual la crueldad y las sombras amenazaban a todos, pero con especial interés, a los pequeños brillos de luz como ella, que se distinguían en un mundo tan lleno de odio y malas intenciones por todos lados. Era tanto su amor por ella, que en ningún segundo de su vida, desde que la había visto por primera vez, había sido capaz de interesarse o siquiera mirar a otra mujer que no fuese ella, cayendo enamorado de inmediato por su encanto. Por lo mismo existían otras mujeres para Vergilius, y sabía que tampoco iban a existir. En ese sentido su ángel de cabellos rojizos era su todo, era lo más preciado e invaluable que poseía su vida. Era el color y el brillo que hacían que su propio cuadro tuviese vida, y no fuese él un mero soldado sin deseos propios ni sueños. Porque aunque costara creerlo, Vergilius serio, frío y distante, sí que se daba el tiempo para soñar. Y su sueño correspondía a estar al lado de su mujer especial por siempre, y no separarse de ella ni abandonarla, pasase lo que pasase. Deseaba usar todo lo que le había otorgado la vida en su beneficio, siendo en cierta forma, prácticamente suyo y de nadie más. O en pocas palabras, se podría afirmar que amaba tanto a esa mujer, que él mismo se consideraba de ella y que le pertenecía en todos los aspectos. Era la que robaba sus sueños, sus miradas, su atención y la única persona capaz de opacar al resto de seres vivos y porque no decirlo, al mundo entero. Era su propio mundo aparte del que ya existía, y mientras la veía y escuchaba, mientras la acariciaba y la sentía, y por supuesto, siempre que la besaba, estaba completamente seguro que subía al cielo y se quedaba en el paraíso, al menos, hasta que debía volver a separarse de ella. Curiosamente esto último era lo que más le dolía de todas las cosas, junto con verla llorar o sufrir, el separarse de ella… el distanciarse de su mujer amada. Era el talón de Aquiles de Vergilius, puesto que él no hacía otra cosa, sino más que amarla con todo su corazón… a ella, a la única para él en todas sus formas…

Ver-gi-liussssss

Escuchó con impacto y sin poder creerlo, viendo como ella se desvanecía y su suave voz se volvía un eco que por mucho que se forzara en alcanzar y mantener en su vida, no podía lograrlo, ya que le era imposible moverse en ese minuto en el que sólo pudo ver en primera fila y con impotencia cómo la luz de su amada desaparecía en miles de luces más pequeñas. Aquello simplemente terminó por destrozarlo... el darse cuenta que ella ya no estaba, ni estaría más en su vida.

No... no... no...

No me dejes..... no te vayas..... no....

No....

Lo siento tanto… perdón…

Perdóname… por todo….

Perdóname…. por fallarte…. y no cumplir mi palabra….

Te amo… Sophia…..

Y fue ahí que se supo solo nuevamente, sin ningún rastro de su amada, y con el cuadro de ella bajó su piel carente de color y de brillo, como si algo se hubiese apagado en ese instante… algo muy importante.

-----------------------------------------------------------------------------------

No puede ser…. su corazón ha dejado de latir... – Dijo uno de los soldados, impactado y sin saber cómo reaccionar.

No respira, no contesta, no se mueve… y su corazón ya no se siente… - Complementó otro mientras se daba vuelta y repetía esas mismas palabras para todos los soldados, los cuales comenzaron a reaccionar de las más diversas formas posibles.

Lo siento muchachos… pero todo índica que nuestro general, hijo del difunto Emperador y el conquistador más joven de todos los tiempos….

Ha muerto.

Vergilius
Vergilius
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Mensaje por Lydia Vie Ene 06, 2012 5:52 pm

Con una ser de destellos morado con negro, la diosa del amor pasional hizo su aparición en los bosques donde ella había visto estaba el campamento de su hermano. Sabía bien que las cosas no iban a ser fáciles y que tenía que pensar un motivo coherente para explicar su presencia en ese lugar, el cual se suponía nadie debía saber, porque ese era el motivo de los campamentos. Estar escondidos de todo el mundo para que los enemigos no los encontrase; con algo de cuidado, la mujer de los cabellos negros se sentó sobre una roca de aquel bosque y pensó por varios segundos en su jugada. Tenía que convencer a esos soldados de que la dejasen ver a su hermano, y para ello tenía que arriesgarse a utilizar su identidad y su forma.

-Ya tengo una idea. Supongo que me va a tocar empezar con mis enredos como hace tiempo, pero para mí está bien. Después de todo el fin justica los medios. Después de Vergilius debo ir por los demás, así que no debo perder mi tiempo.-

Lydia elevó su cosmos y una figura masculina apareció frente a ella luciendo el uniforme de la gloriosa nación de Roma a la que tanto había aborrecido anteriormente. Esa iba a ser su excusa para encontrar el campamento y esa iba a ser su llave para ganarse la confianza inmediata de todos los soldados; ya que a esas alturas ella suponía que iban a ser tan paranoicos que jurarían que ella había sido capturada por el enemigo para realizarles una emboscada. - Aún no voy a ponerle el rostro, para eso necesito ver a un soldado que esté dando vueltas por ahí. Lydia avanzó con cuidado por los arbustos y llegó a los alrededores del campamento. Al parecer todos estaban en la tienda donde se encontraba su moribundo hermano y sólo un soldado estaba afuera vigilando el sitio, cosa que la ex-princesa de Roma vio su oportunidad para entrar.

-Bien... Esto será emocionante.- Lydia desapareció e hizo su acto de presencia detrás del hombre que estaba vigilando el campamento y lo golpeó con una roca de manera que el soldado se desmayase, pero no con la fuerza necesaria para matarlo, después de todo, ella sólo quería agregar a su lista de muertos a los miembros de la familia real. Una vez soñado el soldado, la princesa lo escondió detrás de los arbustos, pero en un sitio algo lejano del campamento haciendo uso de su poder, no sin antes hacer que su sirviente copiase su rostro.

-Bueno ya sabes qué debes hacer, espero no lo arruines o quemaré en una fogata eterna ¿Oíste?- Dijo Lydia en voz baja y se acercó al campamento con tranquilidad mientras su subordinado anunciaba su presencia en ese lugar.

-¿La princesa? ¿Cómo ha llegado acá?- Dijo uno de los soldados mientras la miraba como si ella fuese un fantasma.

-Ella lleva muchos días buscando a su hermano y luego de una poca información que encontró al consultar algunos soldados ha llegado aquí a escondidas de todo el mundo. Dice que trae noticias horribles sobre Roma y que es necesario que su hermano regrese. Yo fui a vigilar por los alrededores y vi a la princesa intentando cruzar un riachuelo; al verla tan preocupada decidí traerla hasta acá.

-¿Y no la encontraron los enemigos? Pero si estamos acá es para poder escondernos. No entiendo cómo...

-¡Ay ya!- Dijo Lydia bastante amargada mientras avanzaba con imponencia y arrogancia hacia el solidado que no dejaba de molestarla e interponerse en sus planes- Estoy aquí para ver a mi hermano porque Roma está perdida sin él... ¿Cree que Octavius es el indicado para gobernar es lugar? Haga el favor y muévase de una vez antes que mi humor empeore.

-Señorita... Ha venido en un momento triste... Su hermano ha fallecido.- El soldado lloró y se retiró dejando el paso libre para que la los fines de la hermana menor de la familia real pudiese pasar a ver a su hermano.

-¡Den permiso! ¡Quiero ver a mi hermano! ¡No sé por qué dicen que un hombre tan fuerte y lleno de vida ha muerto así de la nada! ¡Salgan todos que quiero ver a mi hermano a solas! ¿Cree usted que yo dejaría que el enemigo me usara para hacerle daño?- La ex-princesa de Roma pegó un grito e hizo salir a todo el mundo de la tienda de su hermano y una vez que esta estuvo cerrada se acercó a él y lo observó. Pensaba que por todo el escándalo que habían hecho los soldados, su hermano se vería peor que cuando lo observó en el salón del mundo; suponía que durante la ejecución de su plan Vergilius se había puesto más pálido o algo parecido, pero no había cambiado nada.

-¡Tontos soldados! ¡Pero si aún estás vivo hermano! Pero no será por mucho, eso te lo aseguro.- dijo la mujer de los cabellos negros mientras se sentaba en el suelo para observarlo mejor. Sus cabellos tan parecidos a los de ella, su piel tan blanca justo como la suya, y su contextura casi igual de delgada como la suya. En definitiva parecía que Vergilius era el que más se parecía a ella de todos los seres de la familia real, pues ni su madre tenía todos esos rasgos tan bien puestos de modo que se podía establecer una semejanza inmediata. Muy a su pesar la parte humana de Lydia tenía que reconocer que le tenía una especie de cariño a ese hombre, ya que él había sido el único que había demostrado verdadera preocupación por ella. Tarde lo había hecho eso sí, pero de todas formas eso había quedado marcado en sus pensamientos, y por un segundo deseó que las cosas no fueran así. Pero al saber que ya no había remedio todo ese sentimentalismo tonto desapareció.

-Bueno a lo que he venido a hacer. Sino mi viaje no habrá valido la pena. -Lydia se acercó a su hermano y lo observó con extrema atención, una atención que valga la redundancia era aún más fuerte que antes; es que durante su observación ella había visto que de pronto el color del joven empezó a ponerse más pálido y su débil respiración poco a poco se empezó a desvanecer. Todo indicaba que el joven Vergilius estaba dando sus últimos respiros de vida y aquella energía que ella había sentido al principio se disipó hasta casi convertirse en nada; sin embargo como la diosa del amor pasional quería asegurarse de que su hermano de verdad estuviese muerto sacó su pequeña botella y con cuidado dejó caer tres gotas entre los labios entreabiertos del líder de esos soldados para que al fin este dejase el mundo de los humanos.

-Debes agradecerme... Estoy haciendo que todo tu sufrimiento desaparezca, soy la más piadosa mujer que has tenido el gusto de conocer.

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Mensaje por Teiroth Vie Ene 06, 2012 7:04 pm

llegando a un campamento entre los bosques podia ver una armada reunida parecian los sirvientes de mi cruel amo... yo para ellos soy un lacayo que no pudo matar en nombre del inframundo

debo entrar ahi los espectros me susurran a mis oidos fieras intenciones...

pero que mas crueles intenciones podrían susurrar si el mismo señor que los encierra en lo profundo de la tierra esta ahi...

no tenia otra opcion estas almas no callarian hasta que cometiera su labor

me moví entre los arboles de la zona intentando acercarme con cautela al lugar donde estaban reunidos de repente tropecé con un cuerpo... no estaba muerto era un guardia de mi señor ... estaba dormido parecía que habia sido golpeado esto era mas que suficiente usare sus ropas y para entrarme en el ejercito y moverme entre los soldados solo no deberé alzar demasiado la cabeza para no ser reconocido ....

para ellos una inservible rata como yo debe ser exterminada... mi señor me eligió para usar su armadura... pero mi debilidad al matar a mi mejor amiga sigue siendo muestra de que no estoy preparado para servirle aun...

termine de eliminar a este pobre hombre su cuerpo muerto me serviria mas que dormitado...

me vestí con sus ropas y avance hasta el campamento todo el mundo parecía triste y desesperado rumoreaban la muerte de mi señor... era imposible que alguien tan poderoso muera en tan patetico y tranquilo lugar un ser como el moriría en un campo de guerra ...

esta gente estaba demasiado triste entablar una conversación haría que buscaran verme mi rostro lo mejor seria buscar con cautela la presencia que perturba a los espíritus del inframundo

las almas ante mis ojos señalaban un lugar pero esta demasiado lejos de este extremo mas vale moverme despacio y la vez con sigilosa prisa asi nadie notara mi presencia en este lugar...

debo averiguar que pasa...debo saber que hace mi señor aqui... debo descubrir que susurran en su llanto tantas almas....
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Mensaje por Vergilius Sáb Ene 07, 2012 12:20 am

Oscuridad. Todo a su alrededor era oscuridad y nada más que oscuridad. Ya ni siquiera recordaba cuánto llevaba caminando, o desde qué momento había comenzado a caminar por esos extraños parajes.¿Cómo había llegado ahí? Tampoco lo recordaba a decir verdad, no tenía conciencia de qué hacía en ese sitio ni el porqué estaba andando sin rumbo fijo. Lo único que podía pensar, era lo que veía. Lo único que tenía sentido para él, es que estaba caminando porque su cuerpo poseía la necesidad imperante y explícita de hacerlo. Además… ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué dejar de caminar, si al despertar, ya estaba dando pasos? Eran tantas las preguntas que poseía su mente en ese segundo, que aunque lo hubiese deseado no podría haber parado de analizar las cosas. Nada tenía sentido y al mismo tiempo, se iba convenciendo más de que lo que era así, es porque simplemente debía ser así. Por ello es que fue perdiendo la necesidad de preguntar y finalmente terminó por guardar silencio, limitándose a aceptar lo que sus ojos le enseñaban y a respirar.

Ya no era Vergilius el conquistador. No, ahora se había transformado en un ente vacío y carente de alma, que no poseía voluntad ni mucho menos control de sus acciones. Simplemente se dejaba llevar, como si fuera parte del viento, una extensión particular del mismo. La corriente ahora era su razón para existir, si es que se le podía denominar de algún modo a lo que estaba viviendo.

Sus ojos eran la más clara expresión de lo que significaba y representaba como persona. Medianamente abiertos, ya no desprendían ese brillo característico en sus orbes. Ahora eran dos puntos grises sin movimiento, incapaces de reflejar algo y sin poseer la capacidad de fijarse en un punto en concreto. Eran meros adornos en el rostro del humano de cabellos negros y tez pálida.

El tiempo parecía transcurrir con tal lentitud, que ni siquiera fue consciente de las horas que pasaron a la vez que él continuaba con su andar, lento, relajado, sin preocupaciones ni nada que lo motivase para hacerlo, más que el propio instinto de seguir realizando una acción que ya estaba ejecutando de cualquier forma.

Pero fue cuando sintió un repentino escozor en su boca, algo que le provocó llevar sus dos manos hacia ella y fruncir el ceño. Era extraño, pero le daba la impresión de tener un líquido amargo y muy espeso en sus labios. Como si fuese…algo peligroso.

Fue ahí que abrió los ojos con dificultad y vio a Lydia mirándole directamente al rostro. De primeras le costó reconocerla, pero tras sentarse y rascarse un poco los ojos, y toser varias veces recuperando el respiro, fue que admiró con claridad su cara blanca y sus ojos tan profundos como si fueran perlas sumergidas en un océano bastante particular.


¿¿¿Ly…Lydia???.

Preguntó con mucho esfuerzo, sin poder entender qué estaba haciendo ella ahí, y el porqué estaba él en una tienda de campaña apenas cubierto con una manta. Todos sus recuerdos eran difusos, aunque a medida que recuperaba la conciencia podía recordar pequeños retazos de imágenes en su cabeza.

¿Qué … qué pasó?¿Qué estás haciendo aquí?.

La miró con sorpresa. Nunca había sido lo suficientemente cercano a su hermana menor, por lo que a menos que hubiese pasado algo demasiado importante, era imposible que estuviera ella, acostumbrada a los lujos y la buena vida, en un campamento romano como aquel.


¿Qué es éso que tienes en la mano?.
- Agregó para terminar, observando la botella que traía entre sus dedos.
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Mensaje por Lydia Dom Ene 08, 2012 2:19 pm

Lydia pasó mucho tiempo esperando que el efecto de su veneno funcionase, y es que este tenía que ser efectivo, porque no había una sola gota más en la botella, ya que se había encargado de darle todo el contenido del pequeño frasco a su hermano con el fin de matarlo. Mientras observaba muy cerca, el rostro de Vergilius se daba cuenta de lo hermosa y perfecta que le sentaba la muerte a su hermano, su belleza aún vacía por completo de todo tipo de vida, era en extremo inigualable, tentadora e hipnotizante. A pesar de que parecía que todo el plan de la deidad de los cabellos negros estaba saliendo a la perfección, Lydia aún podía sentir esa presencia inquietante dentro del ser de su hermano; aún con todo su conocimiento adquirido durante tantas eras, no había podido ser capaz de
determinar qué era, o qué función cumplía en la vida del "conquistador" que poco a poco iba perdiendo la calidez de su cuerpo.

-Parece que ya todo se ha terminado para Vergilius. Pronto todo el dolor y la infelicidad desaparecerán para dar paso a una nueva sensación, un estado diferente en el que el paso del tiempo no te afecte jamás.- Pensó Afrodita mientras miraba con extrema atención el rostro de su hermano. Después de él seguirían Sophia y Fye, pues no quería intrusos en su camino, aunque la deidad sabía que si lo pensaba bien, su prima no era en realidad una amenaza y probablemente no tendría que correr el mismo
destino que su amado. Con una especie de desagradable gusto, la mujer de los cabellos negros esperó que el último pulso de su hermano fuese sentido por sus dedos para al fin declarar su muerte y con ello regresar contenta al lado de su amante con la noticia de que otro recipiente había sido borrado y que era posible que ningún otro de sus hermanos regresara la vida en esa época; sin embargo hubo un fallo en el plan de Lydia, un fallo que valga la redundancia,
hizo que la preocupación se viese reflejada en el rostro de quien fue la princesa de Roma. Vergilius a quien ella había creído matar, estaba vivo de nuevo. Otra vez su pecho se hinchaba y deshinchaba con cada respiración que poco a poco se hacía más fuerte.


-Pero que...? NO puede ser! Si no pienso algo pronto, me meteré en demasiados problemas, problemas que no pienso cargar por todos lados porque no tengo ganas de ello. Tan difícil era que murieres hermano? Te estaba dando la libertad, no ibas a sufrir jamás luego de mi veneno. Eres un tonto… Acabas de rechazar la salvación que te regalé.- Pensó molesta la princesa, llegando a la conclusión de que tenía que poner en marcha otrol plan para ganarse la confianza de su hermano e inentar matarlo nuevamente.

Lydia estuvo tan cerca de lograr sus fines que no podía creer, o más bien no podía aceptar lo que estaba viendo. Su hermano a quien había querido matar, estaba incorporado como si su veneno hubiese sido un jarabe de fresas dado a un niño para quitarle la fiebre! Era inaceptable! Vergiluis no había muerto ni por un segundo, y lo peor de todo era que ya estaba frente a ella cuestionándole su presencia en ese lugar e inquiriendo acerca del frasco que llevaba en su mano. La diosa del amor pasional pensó que lo mejor era descomplicarse y desaparecer frente a los ojos de su hermano para no ponerse jamás en su presencia; sin embargo la posible respuesta a la pregunta que ella se estaba haciendo acerca de la presencia dentro de su hermano, la cual ahora se sentía más fuerte hizo que ella de quedase en ese lugar.

-Hermano!- Lydia actuó de la misma forma en la que hubiese actuado cuando era sólo una humana, y con una
mezcla de solemnidad y recelo se acercó a su hermano a darle un abrazo para luego separarse del mismo mientras pensaba en las cosas que iba a decirle para justificar su presencia en ese sitio, y para que el asunto de su veneno no
fuese descubierto culpándola directamente. Por ahí pensaba que podía decir que se lo vendieron como una poción revitalizante o algo así; o quizá pensó que lo mejor era decir que ella lo había leído en uno de sus libros y lo había preparado sin saber exactamente qué era, pero sabía que si decía algo así, las cosas iban a ser peores que antes, así que decidió primero centrarse en un sólo asunto a la vez.

-Cómo preguntas eso? Creí que no te encontraría vivo. He venido a buscarte desde lejos! No he podido quedarme en Roma desde que nuestro padre el emperador murió. Ninguno de los dos estaba en ese lugar. Una vez más me abandonaron… Una vez más no estaban ahí!

Lydia dijo esto como si de verdad los sintiera, como si de verdad ese hombre que estaba frente a ella fuese cien por ciento determinante en su vida y en su felicidad como ser humano,como si alguna vez hubiese sentido la falta de su cariño y protección. Con impaciencia la mujer de los cabellos negros miró hacia arriba y luego de suspirar como dando por entendido que el seguir hablando con su hermano carecía de total lógica dijo:

-Yo hice de todo para venir a buscarte. Tus soldados me dijeron que tú habías muerto y yo no quise creerlo. No quería creer que el único de toda mi familia que hace tanto tiempo mostró preocupación por mí hubiese muerto… Es por eso que estoy aquí. Sé que luego de lo que te dije podrías no creerme, pero es en serio Vergilius, no miento cuando te digo que he venido desde lejos expresamente para verte, porque lo que tú hagas o dejes de hacer me incumbe de una manera que supera mi entendimiento.

Lydia no dijo nada más puesto que aún no veía la manera de decirle a su hermano que el líquido que guardaba ahí había sido gastado por completo. Es que hasta a ella le hubiese parecido ilógico que en un frasco así sólo se guardasen tres gotas, pero la realidad era esa y ella tenía que encontrar la forma de explicárselo de un modo que fuese creíble y que para nada la dejase al descubierto como la pérfida mujer que era.


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Mensaje por Teiroth Dom Ene 08, 2012 7:43 pm

Aqui Estaba Frente A La carpa que guardaba a mi señor en este lugar descansaba moribundo por los rumoresa tan solo unos metros prdria entrar a verlo y descubrir si la unica persona que guarda el alma de la mujer que amo habia muerto y llevado con el la unica esperanza que me mantiene con vida entre los muertos..

-que debo hacer-

susurre pensante mientras los guardias me veian sentado mirando fijamente la carpa ... uno de ellos se acercaba hacia mi deberia pensar rapido cual seria mi respuesta a lo que me preguntase... pero que responder si no conocia siquiera las ocupaciones del difunto soldado...

el dijo -hey .- los soldados rasos no pueden estar tan cerca de esta carpa? la gente como tu debe estar en los limites del asentamiento dando guardia no queremos intrusos en estos tragicos momentos

lo siento ... es que me senti algo mal y me dejaron descansar

respondi rapidamente mientras evitaba que vieran mis rostro

podria por favor ayudarme llevandome a descansar a alguna de las carpas la verdad no me siento nada bien

el soldado no se opuso a ayudarme a caminar hasta las carpas vecinas a la de mi señor y dejarme descansar..... a mi suerte la carpa estaba vacia podria hacerme con las prendas de este noble hombre y esta vez robaria su imagen... aun no habia descubierto al ente que atento contra el difunto soldado caido en los bosques .... pero sea quien sea estaba aqui adentro y sus intenciones no eran buenas...

lo siento ...

dije entristecido mientras mi puñal se clavaba en su cuello oculte el cadaver tras unos armamentos y con unas mantas y provisiones... y me robe su imagen y armaduras.... ahora tenia el rango de un teniente mi entrada a la carpa tal vez seria mas facil asi se que virgilius-sama aclarara las dudas que en mi cabeza atormentan tantas almas condenadas...

dando mis sentidas disculpas a este cadaver empece a planear mi nuevo movimiento en este campo que huele a muerte y desesperacion....

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Mensaje por Kagaho Lun Ene 09, 2012 12:16 am

Había llegado junto a Vergilius al campamente, en ese momento muchos comenzaron ayudar al gran guerrero romano que se encontraba en mal estado por ende Kagaho, el muchacho de los cabellos oscuros y a la vez el “mejor amigo” de aquel ser reconocido en toda roma, se alejo unos momentos… su amigo estaba en condiciones muy graves, pero necesitaba ver otros asuntos de momento. Los médicos del campamente y otros soldados siguieron cargando al hijo del emperador hacia una carpa de campaña donde sería atendido, mientras tanto Kagaho algo preocupado intento hacer rápido sus asuntos de reordenar la vigilancia del campamento, pues algo sentía en el ambiente, algo no andaba bien según sus presentimientos que en aquel día aprecian estar certeros; pues uno de ellos lo llevo hacia donde Vergilius se encontraba en aquel estado. El muchacho de los cabellos negros se acerco a uno de los soldados que se encontraba observando los entrenamientos que no se habían detenido por orden del mismo Kagaho y comenzó a dirigirle unas palabras…

-Hay que reforzar las seguridad en el campamento, encontrar al hijo del emperador en este estado lo hace vulnerable si algún enemigo ronda cerca. Despliega las tropas en puntos específicos y dile a la élite de asesinos que se preparen si se da la orden… Ve de inmediato a hacer lo que te he ordenado…

Dijo aquellas palabras mientras aquel soldado quien parecía ser más el estratega del campamento comenzó a hacer caso de las palabras que el teniente le había dirigido; mientras tanto este dirigía su mirada hacia la carpa en donde atendían al joven Vergilius. Tenía una preocupación pero no la reflejaba en su rostro, quería ir a ver a su amigo pero realmente… Tenía que intentar fortalecer las defensas del campamento preparando a sus tropas ya que solo con darle aquellas órdenes al estratega no era suficiente. Comenzando a caminar hacia donde se encontraban los soldado entrenando solo dio unas órdenes por medio de gestos las cuales fueron captadas de forma inmediata sin ningún tipo de contratiempo… Fue así como cada vez las tropas entendían lo frágil de la situación, algunos soldados ya se habían desplazado en ciertos puntos para vigilar bien el lugar.

----Unos minutos después----

Kagaho ya se había liberado de todo quehacer, entonces comenzaba a ir en dirección de donde se encontraba su amigo, un mal presentimiento surgía en ese momento… Pero no todo acaba en ese entonces, al caminar se dio cuenta del cuerpo inerte de un soldado que al parecer había sido muerto y despojado de sus ropas… Fue entonces que se agacho a colaborar la muerte de aquel soldado cuando se puso de pie y otro sujeto llego al lugar a informarle que la hermana del hijo del emperador se encontraba en el lugar… y que además su “amigo” había fallecido… Esto fue lo que hizo que Kagaho comenzará a pensar muchas cosas, dando la rodeen de que sacarán el cuerpo de aquel ser muerto observo hacia una dirección he hizo una señal… Al parecer daba ordenes a alguien que se encontraba oculto o tal vez a un grupo… Todo estaba por saberse muy pronto.

“No lo creo… Vergilius no puede morir… Esto debo verlo con mis propios ojos… Es más ¿Qué hace la señorita Lydia?... Nada me cuadra; deberé ir preparado.”

Sujeto bien su espada a la cintura la cual se encontraba enfundada y fue entonces que decidió caminar hacia la carpa en donde se encontraría supuestamente el cuerpo del fallecido Vergilius. Lentamente se acerco y freno, pues escucho un intercambio de palabras algo breves… No sabía que estaba pasando, pero logro ori la voz de Vergilius con un tono algo distinto, lo cual solo pudo pensar en lo peor, sobre todo por el tipo de pregunta que este le hacia a una mujer que se encontraba en aquel lugar que al parecer era Lydia, su hermana. Aquella mujer respondió las palabras de Vergilius y Kagaho solamente se dispuso entrar en cualquier momento. Fue entonces que lo decidió, sin importar el grado que vinculaba a aquella mujer con su “amigo” sin importar si lo tratarían de un simple soldado… Algo iba de mala forma en el lugar, además por otro lado había escuchado lo de la muerte del emperador lo cual le sorprendió… Al escuchar que aquella mujer dijera sus palabras finales se dispuso a entrar a la carpa…

-Sabía que no estarías muerto, eres duro de matar… Lo que no me gusta es la presencia de quien seria tu hermana… Sobre todo con el cadáver de uno de nuestros soldados por aquí cerca…


Dijo con un tono frío, inexpresivo pero firme; sacando la espada de su funda puso la punta de esta en la nuca de aquella mujer pasando por alto el tipo de rango que ella poseía o que tal vez el poseía, pues simplemente con lo ya visto solo quería la seguridad de su amigo… Vergilius. Con aquella espada en la nuca de la mujer, miro a Vergilius y comenzó a hablar…

-Los soldados me han informado de tu fallecimiento… Pero aquí veo todo distinto, además aunque sea tu hermana y debo rendirle respeto alguno encuentro muy extraño que justamente alguien como ella logre llegar a estas zonas sin ser atacada por bandidos que se encuentran en los caminos. Como ya dije encontrar el cuerpo de uno de nuestros soldados no es muy grato de saberlo al saber que hay una visita inesperada…

Sujetando su espada firme guardo silencio solo por unos segundos…

-Deberías responder lo que te ha preguntado… ¿No lo crees?...

Dijo haciendo énfasis a la pregunta que el propio Vergilius había hecho…

-Me da igual que seas su hermana, pero en este momento con todo lo que ha pasado… No peudo dejar a Vergilius solo; es más… Con todo ser desconocido y extraño que ande rondando, sentimientos encontrados… No se me queda la opción de que quieras hacerle algo… Pues no creo en alguien que se coma tus palabras si sabes al peligro que te expones sin escoltas por estos lugares…

Dijo y guardo silencio, dirigiendo nuevamente su mirada a Vergilius al cual noto algo diferente, tal vez… El había despertado, o tal vez no… Todo dependería de la siguiente acción del hijo del emperador para responder la pregunta en la mente de Kagaho… ¿Hades por fin despertó?...

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Mensaje por Pandora1 Lun Ene 09, 2012 4:22 pm

Iba ya a una velocidad demasiado elevada, corría en medio de toda la vegetación ya a una capacidad que mi cuerpo no podría soportar mucho, pero eso no me importaba, mi cosmos me daba fuerzas y además, no podía detenerme pues sentía que no era el momento para descansar, algo pasaba en ese lugar, algo que ya de por si me daba un mal presentimiento.

Tras avanzar varios kilómetros a pie logré divisar a una distancia –para mí– bastante corta, algunas carpas y soldados hablando entre sí, y otros haciendo guardia en lo que parecía aquel campamento en el cual había visto anteriormente al muchacho Vergilius y su amigo, del cual no sabía ni siquiera su nombre, pero ya de por sí no me agradaba mucho a simple vista. Me acercaba cada vez más a mi destino, podía sentir esa presencia de Vergilius, pero también la otra, que me era bastante familiar. De pronto uno de los soldados allí presentes se acercó a mí bloqueándome el paso y me habló con un tono serio y elevado.

No puedo dejarle pasar…

Pero antes de que pudiera terminar sus palabras interrumpí con una amenaza a aquel soldado.

Tengo cosas importantes que hacer, imbécil. Si no quieres morir aquí mismo y en este momento, te sugiero que te apartes de mi camino. –Dije en un tono serio mientras que, estirando mi mano, se materializaba en ella el tridente legendario colmado de poderes oscuros que como Pandora, se me había otorgado el don de obtener. Allí mismo fue que apunté con el hacia el cuello de aquel soldado, y algunas llamas negras lo rodearon.– ¿Vas a colaborar?

Lo lamento, no quise ofenderla. –Y lentamente se hizo a un lado, atemorizado por lo que acababa de ver.

Sin decir nada más bajé el arma y continué con mi paso rápido hacia el lugar donde había visto por última vez a Vergilius. Me acerqué a la carpa en donde podían escucharse murmullos desde allí, como si más de una persona se encontrara en el lugar, entre ellas, una voz femenina podía oírse.

Hades… aquí estoy. Por fin… te he encontrado. – murmuré más que nada para mí misma en un tono poco audible, acercándome y adentrándome en el lugar, donde no pude evitar llevarme una sorpresa al ver la situación en la que había llegado al lugar. Definitivamente conocía a esa mujer y no era del todo agradable para mí su presencia; era quien yo conocía como Afrodita.

(No puede ser ¿Qué rayos está haciendo aquí Afrodita? Mierda, parece que la desgracia me sigue a donde voy. Se supone que estuve todo este tiempo tratando de alejarme de esos dioses y vengo a encontrarla aquí.) –Me dije en mi mente mientras que la miraba fijamente estando detrás de ella y a un lado del supuesto amigo de Vergilius. Apoyé un extremo del tridente en el suelo y me dispuse a meterme en la escena.

Hmm… Hola de nuevo. Decidí que era conveniente regresar. Verán, tengo mucho que hablar con ustedes, son asuntos importantes. – Comenté mirando primero a Vergilius y luego a su amigo. Luego hice una pausa y miré a la mujer de cabellos negros.

Afrodita… –Musité en un tono bastante bajo aunque audible de todas maneras.– ¿Qué haces aquí? ¿Acaso te has cansado de esperar a Eris? ¿Qué pasó con Zeus, y el fantasma del hambre? –Añadí en un tono irónico después, aunque no esperaba respuestas precisamente. Era un hecho que hacía tiempo ya me había cansado de todo el asunto en el templo de la discordia.

Lo siento señores… y señorita, no puedo permitir que el amo del inframundo quede expuesto ante una situación como esta. –Comenté serena, sin siquiera moverme del lugar. Sabía que tenía una misión y no porque hubiera un dios como ella iba a retractarme. – Las cosas están cambiando, y mucho… –Hice una pausa y miré a la diosa del amor allí presente. –… Y tú más que nadie lo sabes. Todo significa peligro para todos. ¿Verdad que sí?

Empecé a liberar una fracción de mi cosmos de a poco, que rodeaba el lugar mostrándose como una oscura energía de color índigo, la cual también rodeaba el tridente que poseía en mi mano, liberando pequeñas descargas de energía.

Vergilius necesita de alguien que lo cuide durante este tiempo… hasta que el momento llegue, y no es bueno que esté expuesto a estas situaciones ridículas y palabras que no valen la pena. Sólo complicarán las cosas. –Dije relajada mientras paseaba mi vista entre los allí presentes. No era mi idea que las cosas se complicaran pero ya de por sí el asunto no estaba fácil con Afrodita allí presente.

Mi idea desde que me decidí a regresar era hablar con Vergilius a solas, acerca de esa presencia que se ocultaba en su interior y explicarle el motivo por el cuál me interesaba tanto su bienestar, pero veía que aquella circunstancia iba a impedírmelo, o lo haría más complicado. De igual manera el señor de los muertos iba a liberarse tarde o temprano; si no era con ayuda del muchacho, lo haría por su propia cuenta. El tiempo empezaba a correr más rápido cada vez.

Afrodita, aléjate de él, necesita descansar. –miré aquel que supuestamente era amigo de Vergilius y al mismo Vergilius luego.

Sabía que probablemente no me tomarían enserio pues verdaderamente ninguno de ellos me conocía, pero sospechaba que el muchacho de cabellos negros, amigo del hijo del difunto emperador, tenía mucho que ver con él, un gran lazo que los unía y pude apreciar anteriormente que compartían muchas cosas, secretos. Entre ellos, la presencia que trataba de liberarse dentro de Vergilius.

Este no es el lugar donde Vergilius debería estar. –Comenté por último.
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Mensaje por Vergilius Mar Ene 10, 2012 5:48 pm

Eran demasiadas las cosas que en ese instante estaba ocurriendo con el joven que era reconocido como Vergilius. Primero haber estado caminando por ese lugar tan extraño, en el que todo se había sentido tan real y tan genuino… ¿Habría estado soñando? ¿Podría ser? Pero si así hubiese sido… ¿Qué clase de sueño era? ¿Podría haber tenido un significado todo aquello? Eran muchas las interrogantes que le quedaban al hijo del difunto Emperador mientras escuchaba tanto las palabras dichas por Lydia y Kagaho. Y para peor todavía… se sumaba aquella extraña chica de ojos rojos, que aunque lucía distinta, de pronto le otorgaba una sensación enigmáticamente familiar, como si la conociese desde hacía mucho tiempo atrás.

Los tres decían tantas cosas, tantas preguntas y afirmaciones, unas creíbles y otras que sencillamente no entendía… pero en el fondo, Vergilius comprendía que buscaban algo. Al ser un guerrero podía leer las miradas de sus compañeros y sobretodo de sus rivales, un talento que había aprendido del viejo Breda una tarde mientras interrogaban unos cuantos germanos. Sabía que las palabras eran igual que el rostro, una simple cara. Pero que la vida era sabia y por ello, a los ojos de los seres vivos los había dotado con la habilidad – en contra o a favor, según la ocasión – de revelar cuales podían ser las reales intenciones de alguien que no estuviese actuando de manera honesta. Y en ese segundo fue que comprendió que los tres allí presente, e incluso una mirada más alejada, estaban pendiente de él… y no sólo de él.

Se giró para observar con cautela a los tres invitados. Se sentía extraño por todo lo acontecido, recién venía despertando de un poderoso colapso por lo que podía prever y ya tenía que lidiar con tantos problemas.

Por un lado Kagaho continuaba tratándolo como si fuese un niño. Y aunque no le molestaba su sobreprotección – conocía bien la forma de ser de su amigo, tanto que el complicarse por su carácter era tan o más inútil que desear que nunca lloviera -, no creía necesario que estuviese apuntado con su espada a su hermana.


Kagaho… baja tu espada.
– Declaró con tono neutro. – Estoy bien.

No obstante las inquietantes palabras de la muchacha de cabellos grises eran un condimento que no podía simplemente ignorar, por mucho que le hubiese gustado. Si no estaba mal le había llamado… ¿Afrodita? ¿Afrodita, la diosa de la lujuria que en su nación era conocida bajo el alero de Venus? No… imposible. Su hermana podía ser extraña, en ese mismo instante podría estar actuando de manera poco coherente y habitual en ella con todo eso de su preocupación, considerando que Vergilius era consciente nunca la había sentido por él. Pero… ¿Ser una diosa? ¿Acaso una diosa al igual que…

Ese día…
- Comentó en voz baja y fue ahí que todos sus recuerdos y preocupaciones retornaron en un segundo. – Ese… día…

Todas las imágenes comenzaron a pasar por su cabeza como si de una película se tratase, todas, desde el momento en que por primera vez se había sentido extraño en las montañas hasta aquel episodio en que la vio por última vez…

No…
- Soltó con tono serio llevando su mano derecha hasta su corazón, recordando qué era lo que había pasado con él antes de caer desmayado. Hasta ese minuto era incapaz de recordar todo lo ocurrido, pero luego de toda esa gran cantidad de información, su cerebro estaba corriendo a toda prisa… y con ello, volvían a él sus dilemas.

No....


Una ligera onda de energía salió emitida desde el joven guerrero Romano. Luego otra, y luego otra, y luego otra… cada una más fuerte que la anterior, y todas liberando a su vez más y más viento que inevitablemente, empezó a desestabilizar el equilibrio de la carpa en la que estaban reunidos. Los ojos del hombre de cabellos negros estaban pegados en el piso mientras presionaba sus puños y continuaba repitiendo esa única palabra, en un reiterativo acto de negación.

No…


Por fin era capaz de recordar qué había sucedido con él y cómo es que había terminado en una cama. Era consciente, una vez más, de todo lo ocurrido en el valle antes de salir de Roma junto a su prima. En sus ojos estaba el reflejo de aquel extraño destello dorado que había marcado un precedente inevitable para él y para los suyos, cortesía del que hasta hacía muy poco consideraba uno de los pocos romanos que aún poseían valor en la nación.

No….


Solomon. Una vez más estaba viviendo lo mismo que hacía tantos días cuando su pariente de cabellos dorados había decidido declararse Emperador y había atacado la Villa Vallis Mellitus. La misma mala espina mientras estaba sentado en la cama de su prima, recorría su cuerpo en ese instante.

¿Acaso… podría ser…?


Sus cejas se centraron y arquearon aún más, dándole poco a poco un aspecto más enojado – algo poco habitual en él – así como también temible. Todo su cuerpo empezó a emitir pequeños destellos de luces púrpuras, los que salían desde su piel como si fuese algo natural y típico en su persona, reflejado en que el propio Vergilius no se extrañaba con nada de lo que estaba pasándole.


Pero… es imposible….


Estaba hablando solo, perdido por completo en sus pensamientos. Ignoraba por completo a Lydia, Kagaho y la mujer de los ojos rojos, y a su vez, los tenía más en cuenta que nunca. Cada una de sus palabras le estaban dejando algo que deducir, y dichas conclusiones le permitían atar cabos sueltos e iniciar por fin la resolución de un puzzle en el que sin quererlo, estaba participando y de manera activa. Tan sólo subió su cabeza y observó a los tres…

Lydia… así que tú… igual que Solomon… entonces… entonces….


Ahora por fin todo tenía sentido para él, a pesar de que no tuviese lógica, concordaba. Pensó de inmediato en los dichos del señor del Inframundo vivos en su consciencia aquella tarde en la tumba de la damisela Flavia Juliai, y entendió sin mayores rodeos qué era lo que guardaba en su interior su primo y el porqué poseía esas habilidades tan diferentes y… aterradoras.

Eso quiere decir….
– Suspiró liberando un poco más de energía de forma indirecta, sin siquiera proponérselo. Su piel estaba cada vez más blanca pero brillosa, tan radiante como si fuese una misma armadura recién pulida. - … no puedo creerlo.

Por lo visto ya nada tiene sentido… ¿Verdad?.
– Se inclinó levemente para mirar a los ojos de la muchacha con el tridente, percatándose que ella lo miraba de una manera notoriamente familiar. ¿Tenía lógica, considerando que era una extraña para él?... no, y sin embargo, por su parte también existía cierta sensación de cercanía para con ella. La misma que no poseía para con Lydia…

Fue ahí que pensó en su sueño, en cómo sus ojos se habían cerrado, en quién estaba acampándole antes de dormir y por qué deseaba estar de esa manera. Si bien se tardó unos minutos en reconocer los eventos que pasaban por su mente, finalmente ya estaba completamente seguro de todo lo que pasaba. Y a pesar de que la ida lo molestaba, se mostraba tranquilo, relajado… y muy serio. Demasiado serio.


Efectivamente estuve muerto.
– Dijo poniéndose de pie y quitándose la sábana que lo cubría. Sin embargo el brillo de su cuerpo ocultaba cualquier parte de éste, más allá de permitir que pudiesen observar su rostro, evitando que quedara en evidencia que no portaba ropaje alguno.

En ese instante era como si Vergilius fuese una potente estrella luminosa, que por una extraña razón resplandecía con mucha fuerza a la vez que liberaba enormes descargas de viento que mecían la carpa de un lado para otro. Pero sin duda alguna, lo más difícil de interpretar era esa mirada tan seria y vacía que poseía en su rostro, la misma que dejaba en claro al pronunciar cualquier palabra, dándole la apariencia de un ser carente de emociones y sentimientos. Ya de por si el general romano era un hombre discreto y atípico, que aunque parecía poseerlo todo no daba la impresión que disfrutase nada. En cambio ahora… era como escuchar hablar a un muerto, pero a un muerto con una potente determinación.

No obstante… todavía hay una tarea que debo cumplir en este mundo.
– Apretó con fuerza su mano en su torso, justo donde estaba su corazón y cerró sus ojos.

Puedo sentirlo…

….puedo sentirlo todo.


Entonces fue que pasó. Desde el cuerpo de Vergilius se levantó una potente columna de energía púrpura que alcanzó hasta el mismo cielo, enviando a volar lejos su carpa y la del resto del campamento. Sus gestos lucían tranquilos a pesar de ello, a la vez que se mantenía con los ojos cerrados sintiendo como el poder corría por sus venas. Estaba tan relajado que podría haberse quedado dormido en el proceso, sin embargo sabía que no era el momento más oportuno para conciliar el sueño. Alguien lo estaba llamando.

Lydia… Kagaho… y tú también, mujer, sobretodo contigo. Cuando vuelva podremos hablar tranquilamente… se los prometo….

Y sin decir más… desapareció perdiéndose entre los cielos, mientras que la estela de luz que dejaba a su paso se desvanecía en el ambiente…
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Mensaje por Lydia Mar Ene 10, 2012 7:11 pm

Afrodita estuvo esperando espectante la respuesta de su hermano, pues aún tenía pendiente le asunto del veneno y toda la cosa, por lo que no pensaba marcharse hasta ver el descenlance del escenario enfermizo que ella misma había armado con todos sus enredos y sus mentiras. Poco o nada le importaba si tenía que aumentar más el nivel de su dramatismo, después de todo con Diva había aprendido a hacer todas esas cosas y las había aplicado una y otra vez con sus primos sin importarle para nada cúan torcido e intrincado quedaba su juego al final de todo.

Cada una de las cosas que ella estaba planeando iban bien, hasta que llegó un bicho insignificante a quererse meter a la fuerza en la maravillosa obra que ella tenía planeada para su hermano. SI bien era cierto, algo como eso podía ponerla de un humor incluso más alterado que el que tenía antes; la idea de gastar sus palabras y sus amenazas con aquel ser minúsculo, le parecía tan ociosa como tratar de dar su propia vida para tratar de resucitar a su madre aún sabiendo que no iba a pasar tiempo con ella. Francamente todo lo que se estaba diciendo en ese lugar, le parecía apresurado, imprudente y gastado por parte de los dos invasores de la tienda. ¡Pues sí! Lydia había sentido la energía oscura de alguien más y este había hecho su aparición en cuestión de segundos para no sólo revelar su identidad, sino también intentar darle órdenes a la mujer de los cabellos negros.

-Flori? Vaya! Con lo que acabo de ver más le valdría a Eris no despertar para ver tu traición... No quisiera ser tú si ella llegase a renacer- Dijo la diosa del amor pasional ignorando por completo a Kagaho, quien la había apuntado con su espada dándoselas de fuerte e imponente, no es que ella fuese irrespetuosa, sino que sencillamente ella no estaba aguantar que ni un hombre le dijiese lo que ella tenía que hacer o cuándo debía contestar las pregunta que su hermano le había hecho.

-¿Que me aleje?- Lydia suspiró y miró hacia el piso entendiendo que no tenía qué hacer en ese lugar, puesto que su plan había sido hecho añicos en un segundo con el simple hecho de la resurreción de su hermano. Esa "milagrosa" vuelta a la vida de Vergilius hizo que todo lo que la mujer de los cabellos negros considerase que lo mejor era que se marchase sin decir nada; después de todo Flori ya había hablado de forma imprudente, haciendo que su identidad fuese revelada frente a los presentes.

-Flori... No intentes darme órdenes, pues no soy tu subordinada. No quieras hacer desaparecer la simpatía que tengo por tí... Y en cuánto a el fantasma del hambre, debo decir que no sé dónde se encuentra, pero estoy más que segura que cuando la veas te llevarás una sorpresa enorme.- Una vez dicho estoy Lydia miró a su hermano y observó su comportamiento raro, parecía que estuvies sintiendo un dolor fuerte, o algo parecido; sin embargo a ella no le preocupó nada, porque a final de cuentas su hermano había estado peor y siempre sobrevivía de la manera más ilógica posible.

-Vergilius yo no tengo nada qué hacer en este lugar. Ya te diré cuando quiera hablar contigo, además, tengo el presentimiento de que en nada te volverás a encontrar conmigo.- dijo la mujer de los cabellos negros mientras su hermano se iba haciendo un estruendo, y como siempre dando muestras de su poca prudencia, haciendo que la tienda donde ellos estaban cobijados se levantase por los aires y tomase un lugar nuevo, ahora encima de la copa de un árbol cercano.

Un suspiro salió de la boca de la diosa, pues ya su labor había perdido validez y la energía que su hermano conservaba dentro de sí mismo estaba más fuerte que antes y marcaba un rastro hacia donde ella podía sentir la energía de alguien muy importante para ella. -Debo seguir... - Afrodita elevó su cosmos y su cuerpo brilló, iba a desaparecer del lugar, pero antes de ello decidió al fin dirigirse al hombre que se jactaba de ser amigo de Vergilius.

-¡Tú! Remedo de soldado incapaz de asustar ni a una mosca. Te advierto que si vuelves a portarte así frente a mí , no dudaré un sólo segundo en aplastarte como el insecto inmundo que eres. Es hora que sepas que no tengo por qué aguantar tus insolencias. Eres un humano inútil y como eso te quedarás para siempre, así que trata de mantener tu lugar.- Ya habiendo dado este mensaje la que fue la princesa de Roma desapareció, puesto que ahora tenía una tarea nueva a la cual dedicarse. Tenía que ver con sus propios ojos qué asunto llamaba la atención del consquitador de tierras, como para que se marchase de un escenario tan interesante, para transportarse a otro bastante incierto, del cuál no iba a tener idea suficiente, porque al igual que ella iba a meterse a la fuerza al mismo para pasar a ser un intruso.

Narración/ Lydia


Última edición por Lydia el Mar Ene 10, 2012 8:37 pm, editado 8 veces
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Mensaje por Teiroth Mar Ene 10, 2012 7:28 pm

Ya Habian Llegado Pandora Y Kagaho A Dentro Con El Amo Vergilius Esto Era Interesante Al Parecer La Muerte De Ese Soldado Produjo La controversia Dentro De Las Tropas Sera Mejor Retirarme Ahora Con Ellos Dos Aqui Ya No Creo que haya algun peligro cerca

Cautelosamente Me retire del campamento pude ver mientras me alejaba al amo de pie y saludable ...

Todo esta Bien dije con un suspiro de alegria al saber eque el vivia tambien aseguraba que el alma de mi amada seria aun revivida ......

Mi Camino HAcia el inframundo debia seguir debo convertirme rapido en el caballero de la armadura nigromante
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Mensaje por Pandora1 Miér Ene 11, 2012 7:37 am

Veía que Vergilius estaba confundido, hablaba solo y se hacía preguntas, sin saber quizás, lo que pasaba o tal vez, entendiendo de a poco en poco la situación. Pero a su vez podía sentir como liberaba una fracción de esa energía oscura que tan familiar se me hacía. Estaba consciente de quién era él en realidad, sentía un lazo que me acercaba a ese sujeto, pero a su vez, todavía me sentía una extraña en aquella situación; Sabía que tenía mucho que ver con eso, estaba involucrada con la situación y con el mismo Vergilius, pero a su vez mi mente aún se encontraba frágil, manteniéndome al margen con lo que hacía, pero sabiendo que tenía que cumplir con mi nuevo deber, asimilando que ya no era Flori… la Flori que todos conocían, la rebelde y confundida, sino otra persona diferente.

Pronto vi como el hijo del difunto emperador romano se ponía de pie mostrando un brillo sin igual, una enorme luz que cubría todo su cuerpo, pero se podía identificar aún la tranquilidad con la que se tomaba las cosas, como si nada le hubiese afectado en lo más mínimo. Pero yo estaba completamente consciente que su actitud mostraba que no era del todo quien debía ser. El humano Vergilius todavía dominaba en él, y hacía falta darle una buena vuelta al asunto, mostrarle por las buenas o por las malas, (como fuera necesario) para que entendiera de una vez a dónde pertenecía y que no podía estar dudando toda su vida.

Fue en ese momento que Afrodita me habló. Sabía que ella no estaba de acuerdo con mi comportamiento, pero más lo lamentaba por su prima, a mi no me interesaba en lo más mínimo lo que un dios ajeno a mi importancia pensara de mí, no era mi ama y no podía decirme como tratarla. La cosa hubiera sido diferente si se tratase de alguna deidad a quien le debiera respeto si se lo mereciera. Afrodita no era mi problema, no tenía nada en contra de ella porque siempre me había tratado con delicadeza, pero no por eso iba a dejar de tratarle como uno más, no era alguien a quien le debiera el respeto que alguna vez le di a Eris.

Afrodita tú no eres mi problema, más no dejaré que nadie se acerque a Vergilius de esa manera, es mi deber protegerlo. –murmuré justo al momento que ella se marchaba.

(Ya no soy la Flori que tú conociste, no le debo nada a Eris y no le pertenezco. Mi alma siempre estuvo vinculada con el señor de los muertos… ya no soy el fantasma de la muerte… soy Pandora.) –A esto último lo pensé sin comunicarlo en voz alta pues la diosa del amor y la lujuria se había marchado ya, al igual que mi principal objetivo en ese campamento, Vergilius.

Ahora sólo quedábamos yo y quien decía ser amigo del ya mencionado joven. Era incierto el destino al cual se dirigía él, pero nuevamente se había alejado de mí, como la vez anterior… volví a perderlo de vista. Eso era un verdadero fastidio para mí, aunque confiaba en que mis últimas palabras hicieran despertar un poco más al chico y le marcaran que no se trataba de una persona común y corriente. Miré por escasos segundos al muchacho que parecía ser un simple soldado, aunque podía sentir algo especial en él, una débil energía que lo vinculaba con Vergilius. No podía ser una persona normal, algo poseía en su ser.

Maldición, volví a perderlo de vista. –Musité volviendo mi vista al cielo en dirección a donde se había ido el futuro amo de la oscuridad.– Que fastidio… que sujeto más terco. Aunque sospecho de a donde va… y eso me preocupa…

Aquello murmuraba hablando conmigo misma pero en un tono bastante audible a los demás. Podía sentir a lo lejos a dónde se dirigía el cosmos oscuro del señor de los muertos y eso me inquietaba al menos un poco. En esa dirección podía sentirse otra potente energía devastadora que parecía ser no menos que el propio Zeus, ese a quien yo le guardaba un enorme rencor, siendo consciente de cómo se portó conmigo anteriormente, no me agradaba en lo más mínimo y temía que algo le ocurriera a Vergilius, siendo que aún no dominaba sus poderes.

Sospechaba que Vergilius se dirigía hacia donde estaba la famosa Sophia de quién él tanto hablaba y aunque no sabía quien era ella, eso me molestaba mucho. Tenía que deshacerse de ese pensamiento de protegerla de alguna manera, esos sentimientos que veía en él, impedirían que se convirtiera completamente en el dios que debía ser: Frío, oscuro, y con pensamientos de deprecio a todo humano por igual.

¡Maldición Vergilius! –Grité al viento de una manera desesperada y fuerte, pude percibir que algo no iba del todo bien por aquellos lados. Tenía un presentimiento que me inquietaba de cierta forma y sentía que no podía quedarme de brazos cruzados. Entonces empecé a caminar a paso lento saliendo de la carpa, ignorando por un momento al único presente testigo de lo ocurrido allí, pues los otros se habían marchado ya.

Tendré que hallarte de nuevo, no me importa a dónde tenga que buscarte. –Dije por último en voz baja.
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Mensaje por Kagaho Miér Ene 11, 2012 5:00 pm

Todo era extraño para cualquier ser que entrase recién al lugar, sin duda más para Kagaho quien solo sospechaba de lo sucedido y lanzaba unas cuantas palabras en aquella situación; seguía apuntando en la punta de su espada a la hermana de Vergilius, pero en ese momento logro ver como llegaba al lugar aquella mujer que había visto anteriormente, parecía distinta con la cual había intercambiado unas pequeñas palabras. Algo en ella era sumamente diferente… Por otro lado Vergilius se encontraba hablando en plena situación y una orden le dirigió a Kagaho, quien dirigió su vista a la espalda de aquella mujer de oscuros cabellos y enfundo su espada quedando nuevamente en silencio esperando algo que hacer o saber muy bien en su mente instintiva su paso a dar. Escucho cada una de las palabras pronunciado por aquellos tres personajes que demostraban ser distintos a él, sobre todo en sus miradas se les lograba ver que no eran simple mortales como antes… Algo se los comía por dentro, algo los utilizaba para su beneficio y a ellos les parecía causar gusto…

Hades había despertado, era obvio ya solo el ver el comportamiento de Vergilius… Quien se retiro del lugar dejando solo a aquella mujer, su hermana y la desconocida llamada Flori. Escucho muy bien sobre Afrodita y lo entendió, Vergilius no era el único… Inclusive podría ser peor; más gente podría ser el juguete de los dioses para algo que se avecinaba y solo muy pocos estaban cuerdos ante esto. Tal vez las guerras, las matanzas y todo evento ocurrido eran manejado por aquellos seres superiores y nadie se había dado cuenta, pero ya era muy tarde para tener aquel planteamiento en su cabeza…

Afrodita, más bien la hermana de Vergilius dirigió unas palabras de insulto a Kagaho, quien simplemente cerró sus ojos y sonrió no tomando en cuenta al parecer la amenaza que esta le dirigía… Pues solo pronuncia mientras se retiraba…

-Si fuera tan inútil no gastarías tus palabras en mí… Patética…

Dijo viendo como aquella mujer se retiraba, para luego ver a Flori quien estaba en las mismas circunstancias al parecer y también se comenzó a retirar del lugar luego de unas cuantas palabras. Kagaho quedo solo, en aquella carpa mientras los soldados se desplegaban en el campamento… No quiso quedarse en aquel lugar; salió de aquella carpa y les dijo a todos sus hombres…

-¡¡¡TOMEN SUS COSAS Y REGRESEN A ROMA!!!... Quizás allí los necesitarán más que en estos lugares; ya que los bandidos no aparecieron más.

Con una voz firme dio aquellas órdenes, tomo algunas cosas y partió en un rumbo desconocido alejándose de aquel lugar mientras todos desmantelaban el campamento y se extrañaban de la decisión tomada por el joven romano, quien parecía estar en otro mundo luego de todo lo acontecido. Comenzó a caminar y se detuvo por unos minutos a observar el cielo…

-¿El final de todo…? Pronto te volveré a ver Vergilius… Y espero que la zorra de tu hermana trague tierra, pero bueno… Todo a su paso, no hay que apresurar nada… Hades ha despertado, lo siento… No eres el mismo; solamente espero que no te dejes controlar por completo… Hmmm; parezco un loco hablando solo…

El joven romano comenzó a caminar retirándose del lugar. Pero en su mente pasaba una sensación extraña, la cual también recorría su cuerpo… Una energía que logro sentir el solo estar entre aquella mujer y Vergilius… ¿Había algo deparado para aquel joven romano? Pronto se sabría.

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