Salón del Trono

El salón del trono, el alma máter del Imperio Romano donde cada gobernante pasaba gran parte de su tiempo atendiendo las audiencias que usualmente involucraban incontables políticos, militares y representantes de naciones extranjeras, todos dispuestos a conversar y de vez en cuando, debatir sobre lo que era mejor en general o bien, para el máximo representante de la metrópoli más fuerte que la historia había visto en las últimas décadas.

La enorme habitación, cuya bóveda era altísima estaba circundada por columnas pulidas y decoraciones que no le tenían nada que envidiar a lo mejor de Egipto, Hispania, Germania o Britania con los recursos unidos en uno solo. Diversas plantas se levantaban de un lado a otro logrando una armonía imposible entre lo natural y lo construido por los humanos. Las paredes existentes, remarcadas con preciosas baldosas de colores diversos y de texturas exquisitas tan solo reflejaban la majestuosidad del Imperio.

Si los demás salones habían salido dañados por las calamidades y la decadencia reinante en Roma, el santuario y corazón de todo no había sufrido ni un solo rasguño.

Y eso fue lo primero que notó la deidad de la guerra una vez puso un pie en el umbral de tan rebosante construcción.

Ni siquiera el fuego de Ushuriel se atrevió a entrar aquí, maravilloso. Solo pediría un poco más de rojo, pero está bien, ¿no lo crees Ashfalor? Así que mejor dejémoslo como está. Dijo el señor de la guerra, prohibiéndole de forma tácita a la mujer que siquiera tocara de forma agresiva un solo centímetro de la habitación. Si bien no era de su agrado total, le daría el gusto a Octavius de que viera esa habitación en toda su gloria…de hecho, era tanto como gusto como una tortura. Todo era parte integral, realmente.

Avanzando zancada tras zancada, seguido por la mujer de cabellos azabache y las otras tres figuras indistinguibles Ares llegó hasta el fondo del sitio, justamente donde se levantaba el máximo trono donde solo podía sentarse el César, aquel considerado como el descendiente de los dioses.

Bien...creo que en este momento, el pequeño trabajo de Hellgorak antes de ser aniquilado por nuestro amigo con los poderes de Poseidón nos será bastante útil. Murmuró el dios chasqueando los dedos, haciendo que varios soldados que normalmente servían a los militares y senadores aparecieran al instante. Creo que ya saben que hacer. Vamos, moviéndose…denle el mensaje a Solomon ahora mismo. Dijo Ares con calma sin moverse, dejando que los humanos cuya frente refulgía con una sigla en rojo sangre desaparecieran por el portón. Ni siquiera tenía que mencionar la orden en voz alta…el tan solo desearlo era suficiente.

Ahora…esperemos. Concluyó Ares dando una vuelta de ciento ochenta grados y con la simplicidad más particular de todas, sentándose en el trono con ambos brazos apoyados a los lados como si él mismo fuera el tan llamado Emperador. ¿Acaso crees qué veremos algo interesante, Ashfalor?

- Primero que nada Ashfalor, no son nuevos soldados. - Empezó Ares con calma sin cambiar de expresión ni dejar de mostrar aquella sonrisa un tanto macabra que dominaba su rostro desde el mismo instante en que habían entrado en el salón del trono, moviendo el índice derecho marcando con este el ritmo de todos los lamentos y la desesperación que sentía aumentar en la ciudad desde que había cementado la primera fase de su plan. Era sin duda, una melodía como ninguna otra y que por supuesto solo él con sus sentidos agudizados gracias a la divinidad de su estatus podía apreciar por completo.

- Segundo, ¿acaso me estás confundiendo con Hades? No soy tan patético como para usar cadáveres reanimados. Estos tres son algo mejor que eso, algo que dudo puedas comprender con tu escaso conocimiento de cómo funciona el orden divino. - Dijo la deidad de la guerra tranquilamente, sin dejar de mover el índice que ahora en lugar de solo marcar la música del sufrimiento también lograba crear ondas de color carmesí en el aire alrededor del quinteto, aumentando a sus ojos la belleza artística del lugar.

- Ahora tan solo esperemos, dudo que falte demasiado para que llegue alguien interesante…ya sea Solomon u…otro más. - Murmuró Ares entrecerrando los ojos y reafirmando su puesto en el trono del Imperator. Debía concedérselo a su avatar humano, ese puesto parecía hecho para los de su casta y por ende, para el guerrero perfecto de aquella época.

- Y si no me equivoco, ni siquiera los vehículos humanos de los Berserkers nacieron aquí. Todos extranjeros y los pocos elegidos que si lo hicieron, desaparecieron.

Germanos, débiles. Británicos, inútiles. Hispanos, retrasados. Egipcios, rastreros. Al parecer solo los Espartanos y los Romanos son los útiles en esta era. Debe ser algo que cambia era con era. - Pensó sin detener el movimiento de su extremidad hasta que en cierto punto, las ondas tan solo desaparecieron en el aire. Lo que quedaba entonces era esperar a que llegaran sus invitados.

Dejando que Ashfalor desapareciera entre las sombras junto a las otras tres figuras, la deidad de la guerra tan solo cerró los ojos y se mantuvo totalmente estático, a la espera de que el sujeto que había convocado a través de los simples soldados llegara y se mostrara ante si.

Sin que pasara demasiado o al menos según la perspectiva de Ares, el rubio se manifestaba al inicio del pasillo portando los ropajes característicos de los emperadores romanos también conocidos como los Césares. Dada la poca importancia que le daba el dios a semejante tontería ni siquiera se molestó en abrir los ojos, esperando a que el sujeto se acercara lo suficiente como para no tener que levantar la voz o moverse ni un solo ápice. Quien debía molestarse eran los humanos, no él.

¿No es un poco rudo entrar sin siquiera anunciarse? Esos no son los modales propios de un Imperator, ¿cierto? Pero claro…no estoy tratando con uno, sino con un dios. Saludos avatar del regente de los mares…Poseidón. Dijo el dios de los conflictos con una naturalidad impecable, como si en lugar de encontrarse con un ser que despedía un ansia de sangre imposible de pasar por alto estuviera tomando una bebida con viejos amigos. Abriendo sus ojos y mostrando su esclerótica negra junto a sus retinas carmesíes Ares fijó su mirada en el recién llegado, de quien no podía asegurar que estuviera igualmente pendiente de la particular reunión tan solo por un factor: una máscara de color grisáceo que dominaba su rostro e imposibilitaba ver sus orbes o lo que era lo mismo, las ventanas a su alma. Y bien...¿algo qué decir antes de comenzar con los menesteres que nos atañen por igual?

Es curioso como pudiste diferenciar la identidad de este avatar de la mía, más no que me refiero a ti como un humano. ¿Hasta eso llegan tu dicción y labia? Decepcionante, me esperaba más de aquel que eliminó a Hellgorak y a Ushuriel. Murmuró Ares ladeando la cabeza y cerrando los ojos, posando su dedo índice derecho en la frente para darse varios toques curiosos en una expresión un tanto…distante. Después de todo, la escena que se sucedía a sus pies no era más que un simple pasatiempo.

Y esa actitud...¿qué te sucede? ¿La esposa de la deidad que llevas encerrado en tu cuerpecito menudo volvió a hundir otra ciudad? O…no me digas, ¿acaso quiere tirar Roma al Mediterráneo? Dijo el dios de la guerra recuperando su posición inicial, deslizando uno de sus dedos sobre el posa-brazos del trono para así enviar en dirección al Imperator un simple y único pétalo de color azul que seguramente se había colado un tiempo atrás. No había que ser adivino para conocer de quien era característica esa planta con tal color inverosímil. Yo diría que tu reloj para que suceda eso se acorta más y más…lástima que no seas un dios por completo, seguro encontrarías a Anfitrite en meros segundos.

De todas formas esa no es mi razón para pedir esta audiencia contigo avatar de Poseidón. Comentó Ares fijando su mirada en la careta metálica que recubría el rostro de su “interlocutor”, analizándolo una y otra vez para finalmente concluir que lo único que divino que poseía era a lo sumo la energía del Emperador del Mar. Solo una pregunta para confirmar una pequeñísima duda que tengo: ¿puedes oír el grito de "tu pueblo"?

Que mal, no lo oyes. Es una decepción, realmente esperaba que alguien como tú pudiera sentir a lo que me refería. Dijo Ares con calma al tiempo que tres cuchillitos clavaban sus puntas en lo que venía siendo su pecho. Aunque eso claro, no era más que un simple juego. Sabes humano…eres triste. Tanto que dices que quieres proteger esta ciudad y aún así ¿no has notado lo corrupta que está?

Y no hablo de las basuras Berserkers que te has encontrado. Empezó la deidad con el rostro ensombrecido y la sonrisa socarrona ensanchándose más y más conforme hablaba, siendo interrumpido por un ligero susurro que correspondía al metal agrietándose. Finalmente y con un sonido cortante, las cuchillas estallaban en una pequeña nube que se disolvía sin más.

Anda...puedes hacerlo mejor. Tienes Genocidio por ahí, ¿no? Aunque ni siquiera eso te podría salvar…de hecho, te animo a que lo uses. Tan solo apuraras la destrucción que tanto quieres evitar. Has sido un peón de lo más servil. Lo felicitó el enorme dios de la guerra, dejando ver como sus pupilas rojas refulgían entre las sombras que en ese momento dominaban en “su” lado del Salón del Trono. De verdad, “gracias” por adelantarme el trabajo. Es lo único para lo que parece servir el avatar de Poseidón en cada era que pasa, el hacer el trabajo pesado para los demás. Finalizó Ares tocándose la frente con un falso aire de curiosidad, esperando la respuesta de su interlocutor y estando completamente entretenido por lo que seguramente sucedería a continuación.

Error senador, estás en un error. Dijo Ares levantando su dedo índice, negando lentamente con este al tiempo que elevaba ligeramente su cosmos divino para crear una espesa neblina roja que rodeo al avatar de Poseidón. Es patético que un dios, en este caso yo, tenga que darle una lección de historia a alguien quien se supone ha estado preparado y conoce todo lo necesario para escalar los puestos hasta el trono del Imperator, pero bien…vamos a ello ¿si?

La guerra con Egipto, la guerra con los germanos, la guerra con Persia…todos esos eventos han sido a causa de ustedes los humanos. Yo no he tenido nada que ver, como mucho me aprovecho de la soga que se han amarrado al cuello. Casi como si fuera un llamado varias figuras se arremolinaban alrededor de Solomon, cambiando de forma y adquiriendo la apariencia de las figuras mas importantes que en algún momento habían tenido algo que ver en los conflictos generados por los humanos. Uno en particular, Diva, tomaba por las mejillas al Emperador activo y acercaba sus labios difusos a los de él, seguramente sobrecargando su olfato con el olor de la sangre y los cadáveres que desbordaban los campos de batalla.

Y créeme cuando te digo que la selección de los avatares para los Berserkers es mucho más cuidada de lo que has podido ver hasta ahora. ¿Crees que estoy interesado en guerreros de mala raza, nacidos en Germania, Egipto y las demás tierras inferiores? No, no lo estoy. Declaró la deidad notando como una cuarta espada se dirigía directamente al punto donde se encontraban Ashfalor y los otros “tres”. No era su problema y ya la mujer debía estar preparada para esa eventualidad, así que debía estimar que ya se ocuparía de desviar o bloquear un ataque tan patético.

Y...¿qué hago aquí? Oh…¿estamos curiosos, no? Solo puedo decir que no es por los Berserkers…de hecho- Entrecerrando los ojos, Ares esbozaba de nueva cuenta aquella sonrisa demoníaca. -si quieres puedes eliminar a los que andan pululando por tu ciudad. Te ahorraré el trabajo, son Apocalypse, Latrivan y Tafariel.

De nuevo, para ser el Imperator no eres listo. Incluso Athena no es más que un bono adicional.

Para concluir…tengo una última pregunta. ¿De verdad quieres salvar Roma? ¿Eso es lo qué en verdad encierra tu corazón?

Que admirable determinación…propia de un humano. Lástima que solo seas una representación de la hipocresía. Dijo Ares en tono determinante, dispersando instantáneamente toda la espesa y embriagante neblina roja que había envuelto a Solomon. ¿”Simple humano”? Lo siento, pero eso es falso.

En ese instante el cosmos de la deidad bélica se dejaba sentir un poco más en el salón del trono, tiñendo su color marmóreo con tonos carmesíes. De las grietas y aberturas existentes en el lugar empezaba a surgir la sangre, la temperatura antes a nivel de ambiente aumentaba y el calor se apoderaba completamente de la sala así como el olor a hierro y putrefacción.

Ya conociste a los Berserkers…y ellos no son humanos. Así como tú, son meros demonios, conquistados por mi mano y como no, peones en mi juego. ¿Sabes porqué no clasificas como un simple humano? Porque estás marcado por un demonio aún más seductor que cual súcubo…¿acaso no la recuerdas?

Deberías…

Casi como un llamado una figura femenina, una muy diferente a la de Diva se materializó no solo tomando las mejillas del rubio sino posando sus labios y uniéndolos en un beso que de seguro cierta parte, aquel lado divino oculto en el lado humano de Solomon, recordaría desde un pasado distante. Con su cabello blanco ondeando lentamente, cuales olas marinas al atardecer, la ilusión desnuda de Anfitrite seducía al hombre o mejor dicho, intentaba motivar al verdadero Poseidón.

Anfitrite...esa vieja bruja. Dijo Ares con calma y sorna, intentando contener una carcajada. Yo diría que en lugar de un humano eres un demonio. Uno muy noble, de hecho…pero ¿un humano? Negativo.

En todo caso, dejemos eso de lado y terminemos con esta reunión ¿si? Así que… Murmuró el dios chasqueando los dedos, desvaneciendo la ilusión del demonio marino al instante. ¿Quieres salvar a los humanos? No puedes…así de simple.

Verás Solomon a tu querida ciudad le quedan tres meses de vida. Cumplido ese tiempo todo terminará…no solo para ti y para los demás seres que habitan esta ridícula metrópoli sino para todo el mundo. ¿Quieres medir el tiempo exacto? Mira al cielo y si sabes mirar, puede que obtengas tu respuesta.

Tsk tsk...¿estás tan molesto? ¿Tan pronto? Esa no es la actitud propia de un Imperator…serás un peón útil a gran escala, pero en asuntos pequeños eres totalmente decepcionante. Lástima. Dijo Ares con tono cantarino, dejando que su cosmos se replegara directamente a su dirección y se quedara flotando a su alrededor como si nada. Vaya que el avatar de Poseidón había salido volátil…mucho más de lo que esperaba la representación de la guerra y los conflictos, pero eso no cambiaba nada. En realidad, tan solo le facilitaba las cosas.

Mientras sigas aquí…Roma sobrevivirá, ¿no? ¿Y qué tal si hago estallar este lugar? ¿Qué tal si voy edificio por edificio y empiezo a derrumbarlos uno a uno? ¿Qué pasaría si le vuelo la cabeza a todos y cada uno de tus ciudadanos? ¿Acaso así Roma sobrevivirá? No.

Tu patética ciudad no significa nada…ni siquiera para ti en realidad. Tan solo esperas que protegiendo este lugar, tu patética vida tenga un propósito…necesitas una piedra angular para poder existir y no “romperte”. Pero te tengo noticias…no eres nada.

Esta ciudad ha existido por siglos sin ti, esta ciudad existiría por siglos sin ti. Ni siquiera depende de los demás miembros de la tan llamada familia real. Y eso lo sabes.

No eres nada, no tienes propósito y por eso te engañas. Esta razón es por la que esos ojos dorados manipulan el cerebro de los humanos que te rodean…eres tan triste que tienes que obligar a los demás a jugar contigo. No eres más que un simple niño haciendo una pataleta al nivel de toda una nación tan solo para no sentirte patético.

Seguramente tu vida como humano fue triste, llena de decepciones y la gran mayoría viniendo desde tu propia familia, ¿cierto? Y por eso fue que el avatar de Ushuriel, Diva, pudo engañarte tan fácilmente para que te volvieras su peón. Ese fue tu propósito en vida para no sentir el vacío que llena tu corazón. Ahora en tu vida como demonio marcado por Anfitrite estás forzando a los demás…aww, que triste.

No eres más que un simple muñeco, no de los dioses, no de los humanos, sino de tu propia decepción. Me das lástima. Dijo Ares, posando su mejilla y todo el costado derecho de su rostro en la diestra mientras mantenía los ojos cerrados sin prestarle verdadera atención al rubio, dejando que sus palabras llevaran el verdadero hilo de su improvisado monólogo.

Y también es por eso que ni siquiera llegas a ser un humano. Los humanos avanzan solos y se levantan al caerse…¿tú? Tan solo eres un pequeño diablito que no termina de creerse el cuento. Lo siento avatar de Poseidón. No eres un dios. No eres un humano…ni siquiera un insecto. Y por eso…no necesito ni siquiera levantar un dedo contra ti.

No eres nada. Ni tu, ni tu “ideología”.

Anda pequeño vacío, sigue en tu juego. Es divertido ver tu berrinche…anda, continúa y diviérteme. Concluyó Ares abriendo sus ojos y dejando que sus pupilas rojas destellaran más que nunca antes, iluminando el resto del enorme salón con tonos carmesíes que junto a las sombras creaban un espectáculo por demás, macabro.

Y bien, supongo que con eso hemos terminado el espectáculo de hoy. Espero que haya sido edificante Ashfalor, ¿o no? Esto es precisamente, lo que no hay que hacer en una comedia.

Andando, tenemos más sangre e imperios que destruir. No solo Roma está en nuestro itinerario apocalíptico. Dijo Ares con sorna, apoyando ambos brazos en los costados del trono para levantarse con absoluta y total calma una vez hubo considerado que la obra había concluido. Ya no había nada más que hacer ni nada que decir, tan solo habrían de continuar con la rutina que ya se les había hecho tan pesada.

Dando varios pasos al frente y bajando la corta escalinata que conducía directamente hacia la salida del salón del trono, la deidad de la guerra avanzó mientras entrecruzaba sus brazos a la espalda, sin prestarle más atención al rubio que se encontraba posado cerca del umbral que se disponía a cruzar en breve ya que…no había nada allí. El momento había pasado así como el tiempo y con ello, la poca diversión que pudo haberle exprimido al ex-senador.

Pasando al lado del aludido, de pronto una ilusión más, tan solo visible para el sujeto de la máscara plomiza se dejó ver en una milésima de segundo. Si bien aquel llamado Solomon no la podía ver, si que la podía sentir.

¿Qué se siente el reloj correr en tu contra Emperador? ¿Acaso te gusta? A mi sí…¡hahahahahahahahahahahahahahahahahahahahahaha! ¡Espero que disfrutes el espectáculo! ¡Las arenas siguen cayendo sobre ti! ¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajaja! Exclamó la sombra de una mujer peliblanca en medio de un aura azulada, una imagen que se difuminó como una niebla alrededor el rubio de nuevo penetrando en su nariz, sentidos y posiblemente, pensamientos.

Sin dejar de caminar prontamente el vehículo del dios de la guerra vio como varios soldados, aquellos mismos que había mandado a buscar al Imperator se acercaban corriendo en alerta…aunque de qué, precisamente no estaba determinado.

Cierto cierto, me faltó esto. Murmuró Ares levantando casualmente la diestra y chasqueando los dedos, hacer estallar las cabezas de los legionarios al tiempo que sus cuellos crujían de forma cruenta. No hay que dejar cabos sueltos.



¿No te parece eso cierto Emperador? Ay…yo creo que no lo practicas lo suficiente ¡hahahahahahahahahahahahahahahaha! Volvió a murmurar Anfitrite seguido de una carcajada que aumentaba su fuerza más y más. Hablando de atar cabos...esto va con Poseidón y no contigo, humano. Si me escuchas, allá debajo de tu envoltorio de carne…¿recuerdas el final de epopeya que escribimos hace más de doscientos cincuenta años? Quedó una pequeña hebra suelta…esa pequeña hebra, la deshilaré.

Y…¿qué pasa cuando deshilo algo? Dime…Poseidón. Incluso encerrado ahí debajo, lo sabes. Tan solo tenlo presente cuando todo se venga abajo, todo tan solo porque dejaste que un patético diablillo y un humano te pisaran la cabeza…

¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

Ashfalor...vámonos. Interrumpió Ares de pronto, finalmente saliendo de la estancia mientras esperaba a que su subordinada lo siguiera. Ahora debían movilizarse a otro sitio ubicado más al este. Era hora de seguir enterrando piedras angulares para su plan maestro.

Adelante...sigue sigue y sigue…quiero ver…lo que pasará cuando deshilache tu existencia…

…espíritu heroico.