Puertas de la Atlantida

Luego de haber salido del puerto Atheniense e iniciado la marcha de los hipocampos por sobre la superficie de un océano, la gracia de tales criaturas superaba con creces a cualquier otra danza mitológica que pudiera sucederse por sobre la faz de la Tierra. Las enormes ruedas doradas se deslizaban con gracia y las bridas legendarias que conectaban a Sokaro con los hijos de Poseidón destellaban en medio de la negrura que tenían por debajo y el azul del cielo al mediodía que dominaba el territorio por sobre sus cabezas. De un momento a otro la canción de Anfitrite volvía a hacerse escuchar y por delante de ellos las Puertas de la Atlántida, negras y distinguidas por el sello de Nereo, se abrieron y sin más el carruaje que adentraba en la oscuridad que ocultaban en su interior.

El enorme túnel divino se ensanchaba y más allá de las paredes marinas se mostraba una figura más allá de todo conocimiento humano: nadando con pasividad pero sin embargo, peligro, el Leviatán vigilaba la intromisión del cosmos de Odín en sus terrenos místicos. Un solo movimiento equivocado y básicamente el dios de Asgard sería tragado entero.

-Bien, ya estamos listos para hablar.- Dijo Solomon con calma, mirando a Ashrael con sus orbes azules que parecían tanto muertos como divinos. Ese sujeto no era nada natural. -Pero antes responderé a la duda que vi reflejada en tu rostro allá en Athenas: sí, soy Poseidón…al menos, soy una parte de él. Es difícil de explicar, pero podrías llamarme todo lo arcano del Emperador de los Mares. No soy algo originario de este mundo, soy la expresión de un deseo de Anfitrite y por lo mismo existo para cumplir con su sublime voluntad. Si has entendido esto, entonces por favor pasaremos al asunto que nos atañe en estos momentos ¿sí? Perfecto…

Odín, deseo promover la paz y la mejora para Asgard. Creo que ya estás al tanto de lo sucedido en tus tierras durante tu ausencia: corrupción y malicia. Incluso si has eliminado el tronco del problema todavía quedan las raíces…- Murmuró Solomon con una sonrisa complaciente, ladeando ligeramente la cabeza para así esperar la respuesta del albino. -Yendo al meollo del asunto, quiero un intercambio. Uno de los secretos enterrados en Valhalla por la paz eterna de tu reino, lo que incluye una amnistía total. ¿Aceptas?