En medio de lo que fue la Atlántida

por Raider Vie Ene 06, 2012 9:21 pm

Vendetta la dejó caer justo en medio de lo que parecían grandes piedras. Pero cuando Raider subió la mirada se dio cuenta que frente a ella habían dos grandes pilares caídos, pilares que alguna vez habían sido hermosos, tallados con fineza y amor para un pueblo privilegiado y amado por el Dios del Mar. Ahora de ese mágico lugar, de ese lugar tan único en la tierra sólo quedaban ruinas y huesos petrificados por donde quiera que Raider mirara.

Tomó a su señor entre sus brazos y saltó sobre los pilares caídos para observar desde la altura si ese lugar se trataba efectivamente del lugar en que los dioses habían descargado su ira hacia tantos años ya. No podía creer que estuviera en esas ruinas. De vez en cuando caía un poco de rocío desde el techo de agua sobre ella. Desde su posición podía ver las sombras de las criaturas marinas que nadaban por encima del agua.

Sintió un poco de nostalgia. Esa ciudad al igual que ella carecía de motivos por el cual vivir. Dejó que su mirada se perdiera en esa inmensidad, sabiendo que ahí se reflejaba la escencia de lo que ella misma representaba. Un lugar que alguna vez había tenido un propósito pero que ahora esperaba que el tiempo terminara de deshacer.

- ¿Dejó este lugar…. Por Roma? – Preguntó Raider mirando con repugnancia hacia el cuerpo inconsciente de Solomon, sin entender porque un dios que amaba a su pueblo lo hubiese dejado caer en ese estado de decadencia por defender Roma, el pueblo que ella repudiaba. - ¿Por qué haría eso?

Bajó el rostro, podía escuchar el agua jugueteando a su alrededor, bailando con el espíritu de los muertos caídos después de la destrucción y hundimiento de la Atlántida.

Saltó nuevamente para pasar los pilares y mientras caminaba con el cuerpo del emperador en sus brazos notó unos huesos calcinados y petrificados que llamaron su atención sobre el resto. Uno cuerpo pequeño siendo cubierto por uno más grande mientras se cubrían ambos de algo.

Fuego. De eso se cubrían. Murieron por el fuego y éste los dejó hecho piedras.

Siguió caminando. Tenía que encontrar el Templo de Poseidón y depositarlo ahí. Era el único lugar en que el espíritu del señor del Mar protegería al cuerpo de Solomon incluso mejor que ella misma.