En medio de los arenales

Con mucho esfuerzo se levantó del lugar en el que reposaba. Las sabanas que cubrían su improvisada cama estaban manchadas con sudor y olían horrible después de haber estado ahí tirado como un cadáver, sólo levantándose para atender sus necesidades y beber agua del oasis que estaba afuera de la choza. Como era obvio que ya no iba a poder dormir, y el viento del desierto soplaba tan fuerte que amenazaba con derribar su pequeño refugio, el hombre decidió salir de ahí. Estaría más seguro en el exterior y el aire fresco podría ayudar a clamarse. Ya se había acostumbrado a despertar empapado en sudor y con el corazón latiendo como loco, pero cada vez se hacía una tarea más difícil el mantener la cordura.

Tomó su violín, una de las pocas pertenencias que tenía consigo. Mientras se dirigía al oasis, el cual estaba rodeado de palmeras y vegetación. Un aura roja se desprendía del violín, pero Kainan no hacía caso. Pensaba que se trataba de otra alucinación. En verdad era urgente que sus pulmones se llenaran de aire fresco. También debía buscarse compañía, ya que al estar tan solo comenzaba a escuchar sonidos, las voces de aquellos que morían dentro de sus sueños. Se había apartado de todo para retrasar sus ansias de sangre.

Experimentaba el deseo de bañarse en líquido vital, aunque sabía que eso era una locura. Abandonó el violín cerca de un árbol y dejó caer el pantalón y la capa que lo cubrían, quedando desnudo. Lentamente se introdujo en el agua, que estaba helando. Necesitaba despojarse del calor. Era de noche y apenas podía ver lo que había a su alrededor. El viento agitaba las palmeras y la única luz disponible eran los rayos de la luna.

Miró su reflejo, esperando no encontrarse con el extraño joven de los ojos blancos. El agua estaba muy turbia como para revelar una imagen, pero sí podía apreciar un brillo rojo en el agua. Observó sus manos, que estaban envueltas con un manto de energía rojiza. –Debo estar empeorando.- Musitó. Todo aquello era sumamente particular, aunque pronto encontraría algo que le haría gritar. El agua clara adquirió un color rojo y una consistencia espesa, como la de la sangre. Flotando dentro de la sangre había cadáveres y cráneos, y rostros familiares, los de los guerreros caídos que había visto en su sueño apocalíptico. Quería salir pero cada vez que se empujaba hacia arriba sentía que algo lo halaba hacia abajo, como si hubiera alguien en el fondo del agua que lo estuviera reteniendo.